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Rota, ¿dónde están tus huertos?

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La Base de Rota debía cerrarse y reconvertirse en un centro turístico y de ocio, reclamaba Falange Española de las Jons, en las elecciones del 77. Si, si, la misma organización política que había respaldado a Francisco Franco como caudillo de un país masacrado por la guerra civil que él mismo patentó. Era el mismo salvador de España que, según un célebre poema de Rafael Alberti, acabó vendiéndola con los acuerdos hispano-norteamericanos de 1953 que rompieron el aislamiento del franquismo.

A partir de entonces, los nombres de Torrejón, de Morón o de Zaragoza se asociaron al despliegue militar de EE.UU., en la Península. También el de Rota, con el añadido de Oriental Spain, para diferenciarla de un islote homónimo en el mar de las Visallas. Rota, ¿dónde están tus huertos, tu melón, tu calabaza, tu tomate, tu sandía?, se preguntaba el marinero en tierra desde el exilio. Los mejores predios quedaron bajo ese enorme parque temático de la guerra que hizo multiplicar exponencialmente el número de güisquerías y de licencias de taxi en los alrededores de aquel extenso perímetro de alambradas en donde hasta 1979 anidaron los Polaris con su temible carga nuclear.

Desde entonces, un grupo de pertinaces ecopacifistas, en un arcoiris que lleva del verde al colorado, se manifiesta cada año ante las puertas de ese enclave militar en donde oficialmente la bandera gringa ha ido perdiendo lustre a favor de la rojigualda: será en los mástiles, porque Washington sigue tratando con la punta del pie a los empleados civiles del recinto, como puede apreciarse en la eterna negociación de su imposible convenio. El propio Alberti secundó ese itinerario más de una vez. Como el próximo domingo, a mediodía, los antimilitaristas volverán a repetir esa romería laica, desde el cementerio de Rota, excelente símbolo si se tiene en cuenta que hablar de las barras y estrellas, hoy por hoy, significa hablar de la sangría que no cesa en Irak. Es la vigésimo primera vez que vuelven a dar jaque a esa dama de hierro, de hangares cada vez más numerosos y de la VI Flota adueñándose del mediterráneo. De un tiempo a esta parte, los manifestantes vuelven a cruzar por el centro de una ciudad que antaño les miraba con ira o con sospecha pero que, poco a poco, comprende que ni son tan jipis ni tan trasnochados, sino que se pregunta, cómo se preguntan ellos mismos, de qué valen tantos mísiles y aviones secretos si la democracia que dicen defender lleva más de dos años traicionada en Guantánamo. De qué sirve tanto microchip si nadie puede garantizar la seguridad de esta Bahía, que comparte la superbase de la Península con las mayores tasas de paro de Europa. A cuento de qué tantos aviones rompen el silencio de la siesta si tal vez llevan en sus tripas presos secretos que la CIA torturará entre tinieblas.

El boy-scout, el cristiano por el socialismo, el profesional de la pancarta, el del pertinaz compromiso, el progre burdeos y el anarco que quizá arrastre la paradoja de ser funcionario, se estarán preguntando tal vez lo mismo que el paisano que, desde el bar o desde el balcón, les ve cruzar ante sí al paso alegre de la paz. Que para qué tanta Base si no fue capaz hace dos años de evitar que una patera se fuera a pique y nuestra mar se llenase de daños colaterales. Si todos los ejércitos de Rota, por ejemplo, no pueden usarse para evitar que siga muriendo Africa, tal vez sería mejor -como quería Falange¯convertirla en Eurodisney. O que emerjan los huertos bajo la humareda de los harriets.