La playita
Actualizado:Avisábamos hace dos semanas de una avalancha de ideas hasta las elecciones. Algunas buenas, otras malas de solemnidad y las más seguramente aprovechables, si se trabajan con sentido común. Proponer una playa justo debajo de la balaustrada de la Alameda de Cádiz me parece una mala idea, sin matices. Por respeto a la Historia, el paisaje, la ecología y hasta las posibilidades turísticas de la ciudad. Pero tiene una parte buena: al menos alguien está trabajando en proyectos nuevos y se atreve a presentarlos, aunque no nos gusten, abriendo un debate del que la ciudad debe salir mejor. Porque el gran problema de Cádiz, como tan bien expuso aquí mismo este domingo José Landi, es su conformismo: «analizar poco, hacer menos, echar las culpas a los demás». Que los demás nos hagan siempre nuestro trabajo. Se tiene una idea (no hace falta que original, sirven las que haya tenido otro antes), se pide a alguna administración con mayor presupuesto que nos la realice y, si sale, se adjudica uno mismo todo el mérito. Ciudad sobrada de impulsadores.
Habría que empezar por desdramatizar el debate. No se trata de enfrentar lo natural contra lo artificial. La ciudad, tal como está ahora, es fruto de la intervención humana a lo largo de su historia: del canal que separaba las dos islas antiguas no queda nada, los monumentos que miraban en primera línea el mar están hoy encajonados por otros edificios, gran parte del suelo son rellenos ganados a ese mar. A estas alturas de la Historia, deberíamos intervenir sólo en lo que produzca un beneficio que compense. Rellenar parte del puerto para convertirlo en la gran industria de la ciudad compensa el daño ecológico que supone. No se trata tampoco de enfrentar la modernización de la ciudad con su conservación tradicional. Aunque lo ideal sea intervenir lo menos posible en un conjunto histórico de tan rico patrimonio como el gaditano, hay zonas donde sí es posible y en otras donde es un crimen. El Museo del Carnaval, de refrescante modernidad, sustituye a un edificio sin interés, no histórico, además de ir a un barrio degradado al que debe revitalizar, justamente para que pueda conservarse. No creo que contentar a los posibles usuarios de esa playa, de escasos quinientos metros, compense ni la ingeniería necesaria, ni los gastos de regenerarla continuamente, ni la alteración de la dinámica litoral, ni los efectos visuales sobre esa parte de la ciudad rica en patrimonio histórico.
Los necesarios espigones para mantener, algunos meses, la arena modifican la visión desde el mar del llamado frente defensivo de la Bahía. Se realizaron como respuesta a los asaltos sufridos por la ciudad, adaptándose a su orografía y, conservados tal cual hasta ahora, son una lección de nuestra historia. ¿Hacemos un esfuerzo de recuperación de nuestra historia, con el 2012, pero trivializamos, a la vez, nuestros monumentos? De mayor interés para nuestros visitantes sería que alguien les explicara el significado de esa visión desde el mar, como parte de una ruta turística marítima que a nadie se le ocurre explotar. Se habla del precedente de los Baños del Carmen, edificio de madera sobre pilotajes, inaugurado en 1868, al que se bajaba por escalera. Sin playa. Pues eran tiempos donde el baño en el mar se entendía como higiene íntima y no como recreo. Con estricta separación por sexos. Las estructuras, al ser provisionales, se retiraban al acabar la temporada. No se pueden comparar con el impacto de este proyecto.
Además, existe una especial identificación emocional con la Alameda, el lugar de paseo cuando la ciudad era sólo su casco antiguo. Es una conquista de la ciudad civil que se apropió, para su disfrute y gozo, de lo que habían sido defensas militares. Su atractivo reside en su condición de balcón, engalanado como tal en las sucesivas reformas. El mar rompe justo debajo, en una imagen que refuerza la condición de isla, de torre mirador, de barco mismo. Es un símbolo. Cualquier gaditano tiene un recuerdo de asomarse a ese balcón. No se debe intervenir en los símbolos. Esa playa necesitará accesos, instalaciones, servicios, que modificarán un espacio protegido. Especialmente por la memoria.