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Taxista

JOSÉ JAVIER ESPARZA/
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Guy Kewney es un hombre importante: un afamado periodista británico experto en tecnología. Es blanco, con barba. El prestigioso News 24 de la BBC ofreció hace poco unas declaraciones suyas sobre la querella entre Apple Computer y Appel Corps. Pero el Kewney que aparecía en pantalla no era blanco y con barba, sino negro y afeitado. Porque no era Kewney, sino su taxista: el personal de News 24, por error, lo había conducido al plató del programa y el buen hombre, emocionado ante el trance, no supo decir que no. Nadie se percató del patinazo hasta que el taxista mostró su inmensa ignorancia en materia de informática.

Es una historia de película. Y en ella hay un par de cosas que dan para largas reflexiones. Una es, evidentemente, el patinazo de la BBC, que inspira cierta prevención hacia la credibilidad de la tele en general. Todos hemos podido comprobar, en nuestra propia pantalla, que el trabajo de la tele suele carecer de eso que se llama control de calidad: reporteros cuyo conocimiento del idioma desmiente el graduado escolar, periodistas que dan la impresión de no saber de qué están hablando...

Los veteranos dicen que la culpa de eso la tiene un sistema de trabajo que privilegia al tipo joven-y-dinámico en detrimento del viejo, que sabe más, pero da peor en pantalla. Al mismo tiempo, tenemos el infernal ritmo con el que se trabaja en la tele: segundo a segundo, a una velocidad de vértigo; con frecuencia es imposible saber si tal o cual conexión estará preparada o si la persona con la que se va a conectar realmente tiene algo que decir.

La tele es un medio en el que cada vez importa menos lo que se cuenta y cada vez importa más el poder colocar algo en imagen. Se ve que el mal se extiende incluso a la BBC, antiguo paradigma de probidad profesional.

El otro plano relevante en esta historia es el papel del osadísimo taxista: ¿Qué puede llevar a alguien a aparecer en pantalla incluso a costa del escarnio que tarde o temprano caerá sobre el impostor? La fama, claro. Quien aparece en la tele sabe que todo el mundo lo verá. La tele se ha convertido en el escenario máximo de la existencia social: existe lo que sale en la tele, no existe lo que no sale. Para una inmensa mayoría de la población, necesariamente condenada al anonimato perpetuo -y más en estas sociedades nuestras, donde rige el anonimato de masas-, la tele es la única oportunidad de cobrar una existencia social plena.

Puede imaginarse ahora a ese taxista, eterno accesorio humano del célebre Kewney, súbitamente enfrentado a la gloria: ¿Cómo resistirse a gozar de diez segundos de fama? Para ese hombre, tal vez, el patinazo de News 24 será el acontecimiento más notable de su vida. Así se van construyendo las leyendas urbanas.