LA COLUMNA

¿Qué hacía un stradivarius en un burdel?

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Ya sé que soñar que un violinista zíngaro nos regala los oídos con sus vertiginosas melodías denota que uno es demasiado romántico y sentimental. Pero antes de que la Policía averigüe qué hacía un violín en el domicilio de la banda dedicada al tráfico y explotación de mujeres, detenida en Madrid y Barcelona este fin de semana, déjenme, por favor, que fantasee un poco. Después de todo, que aparezca un stradivarius fechado en 1715 en la casa de unos proxenetas hace irresistible la tentación de averiguar la historia que puede tener detrás ese precioso instrumento.

El violín, ¿era producto de un robo? Y si es así, ¿por que no había sido denunciado? En la lista que cada año publica el FBI sobre los objetos de arte robados y más buscados por la Policía de todo el mundo aparece en sexto lugar el mítico stradivarius Davidoff-Morini, construido en 1727, que fue sustraído a su propietaria, la reconocida violinista Erica Moroni, en octubre de 1995 en un apartamento de Nueva York. Otro, robado en 1996 y no encontrado hasta ahora es el Oistrakh 1671, que se da por destruido. Se cree que existen en el mundo unos 600 stradivarius, pero la cifra no incluye los que pudieran haber estado en los países dominados por la Unión Soviética antes de su desintegración. Lo malo es que casi ninguno suena bien porque en tiempos de Antonio Stradivari, la base de afinación para la nota la era de 430 ciclos por segundo y, desde entonces, ha subido hasta 450. Así, los que sobreviven han tenido que soportar un incremento de tensión de 10 a 14 kilos, por lo que su timbre no tiene nada que ver con el original y su sonido es hoy poderoso pero no brillante.

¿Quién tocaba el violín en la banda de rumanos que se dedicaba a la explotación sexual de mujeres, incluidas sus propias novias? Déjenme soñar con un zíngaro romántico que atacaba las czardas de Monti para entretener a sus compañeros y librar así a su amada de la corrupción de los rufianes. Ya habrá tiempo de despertar.