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LA RAYUELA

La bronca nacional

MANUEL VERA BORJA/
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Hacía años, probablemente desde el comienzo de los años noventa, que no se veía a la gente discutir de política con tanta vehemencia y apasionamiento. Nos quejábamos de que a la mayoría de los ciudadanos no parecía importarles mucho la política y de que otros temas la hubieran desplazando de la centralidad que ocupó en los años setenta y ochenta. Y en efecto, ha llegado a parecer de mal gusto o como poco, fuera de tono, en determinados ambientes y momentos, hablar y sobre todo, discutir de política. Sin embargo parece que la sociedad española vuelve de nuevo a la bronca; y la oficina, la barra del bar, la cola del supermercado o la mismísima mesa familiar se convierten en el escenario de acaloradas discusiones.

Cuando ya ningún evento político parecía tener más interés que la hipoteca, el trabajo, el descenso del equipo o el corasón, corasón, aparecen, como fantasmas, los viejos antagonismos sobre la guerra civil, el terrorismo, el separatismo, la religión, la enseñanza, la seguridad, la sexualidad etc. Unos temas que se discutieron con acaloramiento en su momento y que parecían haberse encauzado en una normalidad donde las opiniones y políticas al respecto oscilaban con la lógica de la alternancia democrática de los partidos en el poder.

En una necia imitación de los usos y puesta en escena de la clase política en el Parlamento, donde generalmente la agresividad de la tribuna se disuelve en chascarrillo y broma afable en los pasillos, los ciudadanos de a pie atesoran enconos que llevan a discusiones emocionalmente agotadoras y límites. De hecho, el lenguaje político había ido perdiendo aristas y ganando en corrección, aunque no desgraciadamente en profundidad de análisis o en oratoria parlamentaria.

Sin embargo, escenas como la protagonizada el jueves por el diputado Martínez Pujalte en el Parlamento y su eco programado en la Cámara madrileña, ponen de manifiesto que los casi treinta años de práctica parlamentaria no han servido para mucho. De los ciudadanos no podemos esperar algo distinto si son éstos los modelos de referencia. Es la vuelta a los insultos, los desplantes, el cinismo y la bufonada. ¿Qué es lo que ha pasado para generar tan tremenda bronca? ¿Que varios policías han procedido, en un exceso de celo, a la detención de dos ciudadanos más que sospechosos (testimonios gráficos y el reconocimiento de los interesados), que formaban parte de una turbamulta que agredió verbal y físicamente a alguien que se manifestaba pacíficamente? Que una sentencia recurrida por el fiscal les convierta provisionalmente en víctimas, no justifica que los que cargaron de odio a sus militantes en aquella manifestación, se rasguen ahora las vestiduras con sus consecuencias y criminalicen a quienes padecieron su ira. Sobre todo si se trataba de víctimas del terrorismo, de las que ambos partidos tienen sus propios deudos.

En el fondo, quizás sea que algunos no estén acostumbrados a correr el riesgo de ser detenidos porque nunca se manifestaron hasta que el PP perdió el poder (ni siquiera cuando en este país no había democracia y algunos no la echaban en falta). Probablemente, Rajoy no vio con simpatía lo sucedido (que electoralmente le perjudica, sin duda), pero éstos son los efectos colaterales de mantener políticos marrulleros en pantalla, por más útiles que resulten para escurrir el bulto en las comisiones de investigación.