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IZADOS. Ponce y Padilla salen del coso a hombros tras cortar dos orejas cada uno. / JORGE GARRIDO
FERIA DE JEREZ

Los toros tumban la expectación

Pese a las reses, Padilla y Enrique Ponce salieron a hombros con doble trofeo

PEPE REYES/JEREZ
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Tristemente se ha vivido la máxima taurina de que dice: corrida de expectación, corrida de decepción. Decepcionante fue el juego de los toros de Juan Pedro, que dieron al traste con las ilusiones de miles de aficionados que casi llenaron la vetusta plaza jerezana. La desesperante falta de fuerzas y de casta de los seis ejemplares lidiados marcó el plúmbeo devenir de dos horas y tres cuarto de anodino espectáculo, aunque no fuera óbice para que se cortaran cuatro orejas.

Trofeos que sumarán en el esportón estadístico de triunfadores, pero que a la fiesta no aportan nada, más bien restan. Restan interés y grandeza. Porque la fiesta se sustenta en la emoción de la casta, el poder y la fuerza del toro y nada de eso poseyeron los que ayer saltaron a la arena.

Obtuvo el éxito Enrique Ponce tras realizar una templada faena a un sobrero que salió en cuarto lugar. Con pases a media altura para evitar que la res se desplomara, pleno de técnica, suavidad y relajo, aprovechó la inercia en la embestida para componer un trasteo de bella factura aunque carente de profundidad.

Tras una estocada caída, se le concedieron dos orejas. Sin recorrido ni transmisión su primero, extrajo pausados y armónicos derechazos que no fueron a más.

Se presentó Juan José Padilla con un terno rosa y azabache, tocado con una pretérita montera que, junto a sus generosas patillas, daban la impresión desde el tendido de ser la viva imagen del mítico Francisco Montes Paquiro. Tal vez fuera un personal ho-menaje en honor de su bicentenario. Ataviado de esta guisa, calentó a los tendidos con largas cambiadas, ajustadas verónicas y con un meritorio tercio de banderillas.

Completó una serie de derechazos, plenos de exposición y mérito, al iniciar de hinojos la faena. Pero el noble y extenuado animal perdió pronto su escasa casta y fortaleza, por lo que la faena se diluyó enseguida. Algo parecido ocurrió en su segundo, si bien es verdad que el jerezano puso todo de su parte para conseguir el éxito y entusiasmar a sus paisanos.

Un torero, como El Cid, que en-candiló a los aficionados con un toreo profundo, clásico y dominador, tal vez necesite enemigos que posean más poder, transmisión, para que sus sobrias formas calen en los públicos. Porque ayer, la falta de chispa y vibración de sus enemigos privó de ver a El Cid que todos esperaban.