VOCES DE LA BAHÍA

Libertad

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Como canta José Luis Perales, a todos nos gusta la palabra «libertad». No es extraño, por lo tanto, que haya logrado el segundo lugar en la clasificación de los vocablos que, a juicio de los encuestados, son los más bellos de nuestra Lengua Española. Hemos de reconocer que, en cada momento histórico, se valoran, sobre todo, aquellos términos con los que nos decimos a nosotros mismos y con los que interpretamos el mundo en el que vivimos: mediante el lenguaje, valoramos, sobre todo, aquellas expresiones que traducen nuestra concepción de la vida humana, alientan nuestras esperanzas, nos infunden ánimos y organizan nuestra convivencia familiar y social.

Si es cierto que las ideas orientan la vida humana, también es verdad que las palabras, haciéndolas sonoras, otorgan cuerpo y credibilidad a las ideas. Por eso podemos afirmar que la palabra «libertad» es uno de esos nombres con los que formulamos nuestra experiencia vital y organizamos nuestro mundo personal y colectivo. A pesar de su antigüedad y de su reiterada repetición, este vocablo mantiene entera su capacidad iluminadora y transformadora de la realidad, y no necesita que lo sustituyamos o que lo completemos con otros nuevos.

Con la palabra «libertad» expresamos una meta que ha sido una admirable e irrenunciable conquista de la Humanidad: significa el acceso de todos los individuos a la emancipación real y a las decisiones que determinan la consecución de nuestros personales destinos. La palabra «libertad» expresa una de las condiciones esenciales para que nuestra existencia personal sea humana. Pero hemos de ser conscientes, además, de que representa una conquista que, a la luz de las dolorosas experiencias históricas más recientes, debe ser defendida de manera innegociable y completada de forma permanente, si pretendemos recorrer los caminos que nos acercan a la realización de cada uno de los proyectos personales de acuerdo con nuestra dignidad humana.

La libertad es un diálogo abierto y siempre pendiente porque la plenitud de los seres humanos la vamos descubriendo y conquistando de manera progresiva. En el entretanto de ese camino apasionante, hemos de pensar y de realizar nuestros proyectos personales, siempre que evitemos las conductas que niegan, ofenden o marginan al prójimo. Las conquistas en el terreno de la humanidad nunca están definitivamente afianzadas; tienen que ser reafirmadas, corregidas y completadas desde las luces y desde las sombras que vamos descubriendo sobre la marcha, en la ruta zigzagueante y empinada de la vida humana y de la convivencia social.

Hemos de librarnos de las atosigadoras ataduras sociales que nos constriñen y nos impiden una libertad personal en nuestra manera de pensar, de sentir y de actuar: hemos de desatarnos de esos apretados corsés que nos imponen las modas banales y que, en aras de la libertad, nos «cautivan» y nos «esclavizan». Pero, quizás, lo más urgente y difícil de esta tarea liberadora sea la de aflojar esos lazos que nos roban la libertad porque nos encadenan a nosotros mismos: a nuestras manías obsesivas, temores ancestrales, hábitos rutinarios, fobias devoradoras, dependencias enajenantes, prejuicios anacrónicos, intereses inconfesados y ambiciones secretas.

Para lograr la costosa y la necesaria libertad, hemos de estimular nuestra creatividad y, tras escaparnos de la servidumbre de la aburrida repetición, concebir nuevos proyectos cada vez más apasionantes. Hemos de ser valientes, sobre todo, para enfrentarnos con el destino y para desafiar la suerte: el destino impuesto y la fatídica suerte.