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TRIUNFADOR. César Jiménez sale del coso a hombros. / EFE
SAN ISIDRO SEGUNDA DE ABONO

César Jiménez sale a hombros de una corrida con fondos de Victoriano del Río

BARQUERITO/MADRID
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La muy seria corrida de Victoriano del Río estuvo bien viva. Un torero a hombros: César Jiménez. Con méritos más que sobrados, con al-gún voto en contra también. Con una parte épica, además, porque el único trago amargo fue el quinto toro. Muy relevante el gesto de sa-carse ese toro a los medios y ahí, bajo la lluvia, aguantarlo, obligarle, meterlo en la muleta mal que bien, consentirle, dominarlo y li-brarlo en memorable tragantón.

Contó menos que cualquiera, el primer toro de corrida. No por el toro sino por los elementos: un ventarrón intenso que anunciaba tormenta. Descubierto una y otra vez Encabo, que era el espada en turno, el toro, que fue muy pronto y pudo de sobra con sus más de 600 kilos, atacó con son algo celoso por la mano derecha y con una punta descompuesta de agresividad por la otra.

Encabo, poco afortunado en banderillas, no le vio tampoco la muerte al toro: cuatro pinchazos y un bajonazo, que no iba a ser ni el único ni el último.

Pero luego, aunque no del todo, se echó el viento y vino a saltar el toro del primer triunfo de San Isidro. Lindo mozo el astado. Semisuelto del caballo con el que picó muy bien Juan Bernal, el toro se definió en banderillas con buen galope. Ese pronto son común a todos los de la corrida con la excepción del quinto. Antes de que el viento se terminara de echar, César Jiménez estaba hincado de rodillas en el mismo platillo y desde ahí llamó al toro, que se le vino a vivo tranco desde tablas.

La primera librada fue por arriba, las cuatro siguientes por abajo, con César gateando, ligando la serie y templando los viajes con gran autoridad. El golpe, tan atrevido, fue magistral. Varias cosas vinieron a definir esa faena, que no llegó a rimar entera con el fantástico son de su arranque. Entre esas cosas, valor y ligazón.

El viento volvió a levantarse cuando, ya en el tercio, el torero de Fuenlabrada atacó con la zurda. No le tembló el pulso a César, que se ayudó con la espada para dibujar muy bien. Toreo muy vertical, porque los toreros lanzados no saben encogerse. De pisar con seguridad, que eso fue. Ni el viento, ni el pararse de pronto un poco el toro. Con todo pudo César, que dejó estocada tendida.

Ahí se calentó la corrida. Pero se puso a llover en el tercer toro, acarnerado, pero mucha menos fuerza que los dos primeros. Como el chaparrón fue de teatro, la gente se fue de los tendidos. Gallo, seguro y firme, pecó de torear sin apenas tocar o sólo a favor de inercia. Buena la colocación. No tanto lo demás. Al toro se le apagaron las velas de rayas adentro.

Luego se sucedieron varios acontecimientos. Primero, un cuarto toro de muy distinguida calidad, templados viajes y son suave. Luego, el quinto que tan caro lo puso todo con sus guadañas y renuncias. Y al fin un sexto de inmensa presencia pero espléndida condición. Por noble, por bueno, por entrega. Triunfaron los tres de turno. Encabo, tras larga faena de más oficio que inspiración, exageradamente profesional, un punto despegada, algo amontonada y sobre todo mal rematada con espadazo en los bajos. Tras él, y en pleno vómito, el toro tuvo arrancada excepcional. Con el quinto se jugó con desenfado y listeza el pellejo César Jiménez. Y se impuso la cordura de premiar el detalle. Y con él último se destapó y descaró Eduardo Gallo, templado ya con el capote, lanzado pero sin perder el timón cuando vino el momento de pasarle el toro por abajo, porque ese toro sólo embestía humillando.

En el único error técnico, el toro lo empaló en un intento fallido de pase de pecho sin tocar. Ileso del trance, con sangre de toro por la cara, Gallo soltó luego amarras, brazos y muñecas y vino a dibujar con ritmo y ajuste.

Cuando parecía apagarse la cosa por falta de imaginación, Gallo se apretó en unos sorprendentes pases de costadillo y uno de pecho sensacional.

Estocada de dejarse el carné y una oreja importante.