¿Cómo cantar un cántico en tierra extraña?
Actualizado: GuardarLes pongo sobre aviso, mis estimados lectores, de que este tema ya lo he tratado en más de una ocasión, que es éste un artículo que, con las variaciones pertinentes, gusto de publicar en todas las ferias. Porque me emociona y me duele el argumento, y porque es mi modesto homenaje. Excúsenme el localismo en aras del sentimiento. Empiezo, pues
Uno de los pasajes más conmovedores de los Salmos es el lamento de los hebreos cautivos en Babilonia, aquél en el que recuerdan la patria natal perdida, diciendo: «Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos, y llorábamos, acordándonos de Sion. En los sauces de aquella tierra colgábamos nuestras cítaras; porque allí nuestros raptores nos pedían cánticos [...] ¿Cómo cantar un cántico en tierra extraña?». Cautivos o desterrados, exiliados o emigrantes, quienes se encuentran lejos de su pueblo siempre acaban recayendo en la añoranza.
Pienso en los muchos amigos que tengo fuera, en la llamada «diáspora jerezana», en lugares distantes o sólo apartados, la mayoría de ellos buscándose la vida, estudiando, trabajando, buscando empleo o racheando. Mallorca, Nueva York, Madrid, Fuerteventura, Londres son sus nuevas Babilonias opresivas, los lugares donde cumplen su condena laboral, lejos de Sion. Sé que habrá ocasiones en las que el sentimiento agridulce de la nostalgia les ataque con especial ahínco, y que probablemente esta semana de feria será una de ellas. Qué difícil sobreponerse a la tristeza, ensayar un cántico, que debe de sonar allí tan exótico, tan fuera de lugar. Colgarán las cítaras (léase «las guitarras») de los mojados árboles de Hyde Park, o en el Valle de las Mil Palmeras de Lanzarote para no verse en la obligación de fingir con animadas canciones andaluzas el contento o la resignación. «Si yo te olvido, oh Jerusalén (escriban aquí Jerez, un suponer, o el nombre de su pueblo), olvídese de sí mi diestra. Péguese mi lengua a mi paladar, si no me acordare de ti; si no te pusiese por encima de toda alegría». En medio de la fiesta, nosotros, los tocados por la fortuna de encontrarnos en casa, deberíamos sentirnos obligados a hacer un brindis por los que lloran a orillas de cualquiera de los ríos que no se llaman Guadalete. Vaya por ellos mi primera copa de feria.