Realidad nacional
Actualizado: GuardarAveces uno tiene la impresión de que a estas alturas de la película lo único que nos iguala es la manía de querer ser todos diferentes, pero sin la coletilla esa tan hermosa, y de la que deberíamos aprender, que tienen los yanquis en los billetes de a dólar: E pluribus unum. O sea, y de todos uno. No sé si vieron ustedes la celebración el miércoles pasado de la victoria liguera del Barça y la eclosión allí mismo, en la fuente de Canaletas, de cientos de banderas político-deportivas a cual más estrafalaria. Pues verán cómo lo imitamos.
Andan nuestros políticos a la greña por un quítame allá este término, y aunque es comprensible que a la hora de repartir la tarta nadie quiera ser menos que el vecino, hay en todo esto algo que se me escapa. Estábamos reivindicando nuestro sitio en una Europa unida y transfronteriza, ¿recuerdan? Ahora de pronto a todos lo que parece que nos interesa es que corra el aire entre nuestra barriada y la comunidad de vecinos de los de la plazoleta de la esquina. Pero, por supuesto, que los de esa otra comunidad de vecinos ni osen decir que son ellos los más guais, distintos, limpios y decentes. Porque los guais, distintos, limpios y decentes somos nosotros o no lo es nadie. ¿Que unos tarados no nos dejan vender muñecas de Lola Flores? Pues nada, nosotros venderemos otro tipo de butifarra.
Les confieso que estoy a punto de tirar la toalla en esto de intentar comprender no quiénes somos y de dónde venimos, sino adónde vamos y quién va a pagar al final las copas. Verán, esta semana me he pasado las horas escuchando el último disco del maestro Serrat (en catalán, sí), y a la vez disfrutando de la jocosa vuelta de tuerca al mundo de la música que supone el salto al primer plano de El Koala. Ya saben, ese zagal talludito del opá y el corralillo, que alcanza el éxito con la canción más pachanguera de su interesante disco.
A Serrat lo amamos todos porque es un poco nuestro hermano mayor, con quien hemos compartido tantas cosas y con quien siempre buscamos puntos en común. No le está pasando lo mismo al bueno del Koala, cuyo cerrado acento andaluz y el tono descaradamente cateto de sus canciones ha levantado ampollas en algunas partes del norte de nuestro país, porque dicen que no se le entiende lo que canta. Tampoco se entiende a Los Beatles, ni a los Rolling, ni a Frank Sinatra, y la gente compra sus discos y se identifica con sus canciones. Más allá del éxito de lo que amenaza con convertirse en la canción del verano, el Koala está cantando de lo que conoce con el habla que conoce, y no hay que remontarse a Horacio para reivindicar la vida bucólica del campo.
Porque la gracia es que El Koala, sí, habla de eso que todos hemos dejado atrás, del campesino que sin duda fueron nuestros antepasados, pero lo hace desde una perspectiva musical moderna, pura fusión, donde alternan el flamenco con el heavy rock, el funkie con el rap, las influencias de Kiko Veneno (un catalán criado en Sevilla) con las de Bob Marley (que como todos sabemos nació en Dos Hermanas). De su mezcla de influencias sale la originalidad y la gracia.
Y no es un caso sólo en el mundo de la música: No sé en qué se diferencian hoy los jóvenes de Tokio de los que el otro día, en Jerez, visitaban el salón del manga, ni creo que en el barrio de Queens vean películas distintas que las que nosotros vemos, si hasta los estrenos cinematográficos son simultáneos y cualquier serie de televisión que se estrene al otro lado del charco aparece en Internet a las veinticuatro horas, convenientemente subtitulada a cualquier idioma del mundo. Vestimos igual, bebemos lo mismo, anhelamos los mismos coches y tenemos colgadas en las paredes los mismos pósters. Y, como dice el Koala en una de sus canciones, nadie es mejor que nadie.
A veces uno escucha hablar de derechos históricos, de realidades nacionales, de características propias de cada población de españolitos y ve que sí, existen sin duda, pero no son muy distintas ni para nada superiores a las de las de gente que vive a miles de kilómetros de distancia y tiene otra lengua y otra educación y otras banderas.
Lo dicho: uno era de los convencidos de que caminábamos hacia la aldea global. Lo que no sabíamos era que esa globalidad era en el fondo tan aldeana.