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LA GLORIETA

De armarios y vitrinas

BEATRIZ REVILLA/brevilla@lavozdecadiz.es
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Dicen que la homosexualidad está de moda, como si de unos pantalones bombachos o de un abrigo de tres cuartos se tratara. Que el mundo gay vive una eclosión social de tal magnitud que puede hacer que cualquiera caiga en las redes de Adonis o Lesbos sin casi cuestionarse su naturaleza. Una más de las cientos de confusiones que rodean a este colectivo que lucha por normalizar su situación en una sociedad que todavía le es hostil y que rechaza cualquier forma de expresión corporal o emocional que no encaje en sus cánones convencionales.

Es cierto que los clichés que se crean con ciertos personajes públicos (sobre todo televisivos) y que la apariencia de libertinaje son tan lógicos como peligrosos porque a la vez que ayudan a desestigmatizar a esta población, también empañan su verdadera esencia, que no es otra que los sentimientos y la batalla por aceptarlos sin sufrirlos, por disfrutarlos sin esconderlos. Una cosa es el metrosexual, que sí es el producto de la moda como lo fueron los rockabilly y otra, la persona que siente y también padece (en más casos de los que se cree) el amor por personas de su mismo sexo.

El metrosexual pasará, y llegará el übersexual o el que toque, pero la realidad homosexual pervivirá y seguirá su camino hasta que una nueva bula papal o social vuelva a ponerlos en liza. Por eso, pensar que el movimiento outdoor gay puede corromper los valores y empujar a los jóvenes a una conducta irreflexiva es tan absurdo como creer que la familia está en crisis.