LA COLUMNA

Filibusteros con barretina

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Dicen los sabios que el filibusterismo es una técnica específica de obstruccionismo parlamentario, en los sistemas en los que no está fijado un tiempo límite para intervenir, mediante la cual se pretender bloquear la aprobación de una ley con un discurso muy largo en el que el parlamentario no puede sentarse o detenerse, con la esperanza de ganar una votación o aplazarla por falta de asistentes o quórum. Por extensión también se llama así a cualquier acción dilatoria con la que una minoría trata de secuestrar la voluntad mayoritaria.

En Estados Unidos hay ejemplos gloriosos de filibusterismo. Wayne Morse, senador por Maine, habló en 1953 durante 22 horas y 26 minutos en contra de la legislación petrolera offshore. Alphonse D'Amato, de Nueva York, echó en 1986 una parrafada que duró 23 horas y 30 minutos contra un proyecto de ley de gasto militar. Pero el record lo tiene, desde 1957, un tal Strom Thurmond, de Carolina del Sur, «vejiga de oro» le llamaban, que habló durante 24 horas y 18 minutos en contra de la Ley de Derechos Civiles sin quitarse el sombrero.

Pese a que la palabra proviene del holandés vrij-buiter, «el que va a la captura del botín», que se utilizaba en el siglo XVII para describir a los piratas del Caribe que secuestraban barcos cargados de tesoros procedentes de las provincias ultramarinas de España, el primer filibustero parlamentario de la Historia fue Catón el Joven. Se decía de él que era capaz de hablar durante días enteros con tal de frenar las iniciativas legislativas del triunvirato César-Pompeyo-Craso. Era su manera de oponerse al monopolio de poder que ejercían sobre los dominios del estado romano y sobre las legiones y los recaudadores de impuestos y su forma de denunciar que habían hecho sus fortunas a expensas de las provincias. Ahora bien, para filibusterismo, el de los pintorescos líderes de ERC en el tripartito, capaces de hablar semanas enteras, dentro y fuera del Parlamento sin quitarse la barretina.