Recuerdos de una época que sólo reviven en Carnaval
La plaza de la Cruz Verde vive unos días demasiados tranquilos después de varias décadas de ser el centro de la ciudad
Actualizado:«Ojalá pudiese describirte con palabras lo que vivíamos no hace mucho en esta plaza», comenta María Rosa Utrera mientras conversa con Luisa Páez. Ellas han visto cómo la plaza de la Cruz Verde ha sido uno de los puntos con más actividad de la ciudad, pero ahora sólo quedan recuerdos. Instantes que sólo renacen en Carnaval, cuando en la plaza no cabe un alma y la masa se desplaza hacia La Viña por los Callejones del Cardoso.
Pero a María Rosa y a Luisa no les consuela que en determinados momentos la Cruz Verde reviva. A ellas les gustaba la época en la que la plaza era un ir y venir de ciudadanos «que iban a la Plaza, que se acercaban al bar Gavilán, a Lucas o a Puerto Rico y, por supuesto, al gallego del freidor».
Carrusel en la plaza
Y es que si en la Cruz Verde ha existido un establecimiento emblemático, ha sido el bar Gavilán. Su propietario, Manolo, era el dueño de la finca y abajo, como muchos gaditanos, tenía su negocio. El Gavilán comenzó a convertirse en un punto de encuentro de muchos ciudadanos. Pero, sobre todo, de aquellos que participaban activamente en el Carnaval. Paco Alba y Antonio Martín, entre otros, tomaron una copa sobre los barriles con los que Manolo adornaba su bar.
Durante la fiesta, las agrupaciones ilegales, chirigotas y coros transitaban por delante del local para cantar sus coplas. Y es que no hace tanto tiempo, por la plaza de la Cruz Verde pasaban las bateas que recorrían, no sólo la plaza de la Libertad, sino los Callejones y llegaban hasta La Viña.
El Gavilán también fue lugar para grandes historias de amor, como la de María Rosa y su marido. «Yo tenía sólo 15 años. Mi padre me enviaba a menudo al Gavilán para comprar casera y tinto. Y entre compra y compra le eché el ojo al que hoy es mi marido. Y él me lo echó a mí. Después de siete años de noviazgo, nos casamos. Ahora hace de eso 35 años», cuenta María Rosa con nostalgia.
Pero el Gavilán no era el único bar que se hizo famoso en la zona. Puerto Rico también le hacía competencia «pero, realmente, tenía unos platos únicos», comenta María Luisa. El freidor de los gallegos también era un lugar de referencia para los gaditanos «porque allí hacían el mejor pescaíto frito de la ciudad», aseguran las dos amigas que confiesan que aún les llega aquel olor.
Cambio de uso
Pero los tiempos cambiaron, y también los negocios. El freidor se transformó en una tienda de electrodomésticos y después en una tienda de música. El chicuco de al lado ha sido, además de un almacén, una sucursal del Banco Atlántico, una zapatería y una tienda de artículos baratos vendidos por chinos.
El bar Puerto Rico se transformó en una alpargatería, según explican los más antiguos del lugar, y, después de muchos cambios, hoy es una panadería.
El Gavilán también cerró, pero antes sufrió la decadencia que siempre viven los grandes. Si quererlo, se convirtió en un espacio donde acudían personas con problemas con las drogas, sumiendo a la plaza en una época triste y sombría.
Poco tiempo después, el bar Lucas también echó el cerrojo para siempre. María del Carmen Osorio, que lleva más de veinte años vendiendo flores en la plaza, también ha visto muchos establecimientos cerrar, «pero la ciudad ya no es lo que era, y esta zona, menos. Ahora vienen muchos turistas, pero todos buscan el restaurante El Faro».
Quien no se ha movido de la plaza de la Cruz Verde es la caseta donde vende sus cupones Arancha Correa. Ella es «heredera» de la venta que dejó Pilar, «que sí dio premios. Yo todavía espero, pero estoy segura que algún día le daré una alegría al barrio».
Y es que Arancha pasa su jornada laboral conversando con los vecinos, conociendo sus vidas y dando vida a una amistad «con gente trabajadora, amable con el arte que sólo hay en Cádiz».
Y al fondo, cuando la plaza queda en silencio, aún se escucha el ritmo del tres por cuatro que los chirigoteros marcaban con sus nudillos sobre los barriles del bar Gavilán mientras Martín escribía sus primeras letras.