Carlos Iglesias y Javier Gutiérrez entran sin papeles a Suiza
Cultura

Conmovedora crónica de la emigración española de los años 60

El actor Carlos Iglesias salta a la dirección con una tierna tragicomedia sobre sus vivencias en Suiza

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Un franco, 14 pesetas es una película decididamente autobiográfica. Carlos Iglesias busca la complicidad emocional del espectador y le invita a un viaje por la memoria en una elegía por la niñez perdida. El popular actor devenido director emigró de pequeño junto a su familia a Suiza para, ante su incomprensión, regresar a España años después. Dejó atrás la miseria y cutrez del franquismo para vivir en un paisaje de postal, próspero y tolerante. Iglesias recrea su peripecia vital a través de los ojos de su padre con modestia y sensibilidad, en perspicaces pinceladas que se apoyan en anécdotas, preñadas de humanidad.

Es lo que diferencia esta loable opera prima de, por ejemplo, la serie Cuéntame, otra tragicomedia espoleada por la nostalgia. El director se mueve en un registro desvergonzadamente sentimental, pero no trata de manipular, por mucho que los lagrimales de cada hijo de vecino se vean sometidos a una dura prueba. Soslaya el ternurismo y no se permite en su actuación ni un guiño a los personajes televisivos que le brindaron la popularidad. Por algo este excelente director de actores presume de currículo teatral con paradas en Lorca, Genet y Valle-Inclán.

Escapados de alguna crónica neorrealista de Zavattini o De Sica, los dos españolitos que piden el finiquito en la Pegaso para hacer dinero en el extranjero no están tan lejos del ecuatoriano que nos cuida el jardín. Si hoy España les deslumbra con móviles de última generación, ayer Suiza nos sorprendía con agua caliente en el grifo, mullidos edredones y opíparos desayunos sin estraperlo. Recién aterrizados en las montañas alpinas, Iglesias y Javier Gutiérrez -impecables- protagonizan malentendidos que congelan la sonrisa al reconocerlos verídicos.

Esa autenticidad nace de un guión escrito por alguien que muestra entrañas de emigrante sin patria y que, a estas alturas, aún no ha entendido por qué sus padres cambiaron la blancura de la nieve por el hollín de San Blas. Ejemplo de cine popular que merecería llenar salas, Un franco, 14 pesetas resulta una película necesaria. Sin apenas pretensiones de autoría ni moralina, echa la vista atrás para recordarnos que no hace tanto que los sin papeles éramos nosotros.