TRIBUNA

John K. Galbraith, economista de gran talla

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Paul Krugman, que junto al premio Nobel Joseph Stiglitz, es uno de los economistas más influyente en el mundo actual, divide a la economía en tres clases: la griega, la sube y baja, y la de aeropuertos.

La griega es la que utiliza un leguaje complicado para ocultar la vulgaridad de sus ideas. Se rodea de formulismos, gráficos, matemáticas y retórica obteniendo unos textos impenetrables exclusivos para iniciados, que no suelen tener nada que ver con los problemas reales y actuales de la población ni de sus agentes económicos, las empresas, limitando su espacio al exclusivo mundo académico. Si por desventura algún gobernante decide encomendarle la dirección económica de su país a alguien de sus representantes suelen terminar con graves crisis sociales y sus finanzas en bancarrota, como hemos podido observar en el sudeste asiático y Latinoamérica en las dos últimas décadas.

La «sube y baja» suele encontrarse en los medios de comunicación, prensa y televisión. Se preocupa de las últimas cifras, de ahí su denominación. Su herramienta de trabajo esencial es la estadística. Su trabajo es imprescindible, como punto de partida para cualquier análisis, pero resulta extraordinariamente aburrida, y es una verdadera lástima que la mayoría de la gente piense que es esto lo que hace la economía.

La economía de aeropuertos son los best-sellers sobre economía. Suele verse a hombres y mujeres de negocios y gerentes de organizaciones aprovechando los tiempos de los vuelos o de espera en los aeropuertos leyéndola, poniéndose al día y enriqueciéndose de las ideas innovadoras y de las visiones que encierran sus libros. Suele ser asequible al público en general, amena y tratando los problemas reales a los que se enfrenta en el día a día la ciudadanía. Como en todo, hay poca seriedad y oportunismo en muchos de los libros, pero los verdaderos éxitos de ventas siempre aportan valor.

John K. Galbraith ha sido el economista de aeropuerto por antonomasia. Murió el pasado sábado 29 de abril a los 97 años de edad. Galbraith murió por causas naturales en un hospital de Cambridge (Massachussets), donde había ingresado hacía dos semanas, sin haber ganado un premio Nobel, pese a su enorme popularidad. Hasta su amigo Paul Samuelson tildaba a Galbraith de «el economista más querido por gente que no es economista».

Nacido en Canadá en el año 1908, John Kenneth Galbraith se licenció en la Universidad de Toronto pero hizo la mayor parte de su obra en Harvard. Sus tres libros clásicos, El Gran Crash de 1929, un corto ensayo sobre el desplome bursátil y la depresión de los treinta, La sociedad opulenta (1958) y El nuevo Estado industrial (1967), criticaron, respectivamente, el laissez faire de la preguerra y el desencanto poskeynesiano de la sociedad del consumo, el despilfarro de la nueva era de publicidad y marketing y la desigualdad social.

Galbraith había escrito discursos para Roosevelt, en la estela del New Deal, pero se convirtió en la auténtica eminencia gris de las administraciones demócratas de la posguerra de Truman, Kennedy y Johnson.

Con una gran talla, medía más de dos metros, Galbraith se convirtió en el abogado de los menos poderosos de Norteamérica.

Su último libro se tituló La economía del fraude inocente, y en él se refería al «engaño del libre mercado». Decía Galbraith que ahora, en lugar de capitalismo, se habla de libre mercado y afirmaba con razón que «es difícil imaginar un cambio semántico que beneficie más a los que disfrutan del poder que concede el dinero».

Hizo aportaciones realmente interesantes, como el concepto de tecnoestructura, que podemos traducir coloquialmente, como equipos directivos o gestores. Para Galbraith los equipos de gestión de las grandes empresas y organizaciones tienen intereses propios, independientes de los intereses de los accionistas, que dejan de ser capitalistas para convertirse en «rentistas del capital» y que ceden el poder de toma de decisiones que caracteriza a la propiedad. Estos intereses propios de los gestores son la propia supervivencia como gestor, la mayor autonomía posible en la gestión y el crecimiento por el crecimiento, ya que aumenta el volumen a gestionar. Explican las luchas por el control de Banesto de Mario Conde, las OPAs sobre Endesa de Gas Natural y E.ON, la corrupción de ENRO, Ayuntamiento de Marbella, etc., que no son sino luchas para mantenerse en los puestos o cambiar a los equipos gestores. También nos permiten comprender las contradicciones y luchas que se dieron en la URSS con la perestroika y que actualmente se están desarrollando en China.

Para mí, el economista español que más parecido tiene con Galbraith es José Luis Sampedro.

Ha muerto un economista de gran talla profesional, influyente en el devenir de las últimas décadas del siglo XX, profesor y educador de las actuales generaciones no sólo de economistas, pero sobre todo ha muerto un hombre comprometido con el mundo que le tocó vivir, con un gran corazón y humanidad. He aprendido mucho de él y echaré de menos sus profundas reflexiones.