Navarra, conflicto artificial
Actualizado:La cuestión Navarra ha irrumpido provocativamente en los medios al hilo de una doble declaración: el presidente de la comunidad autónoma, Miguel Sanz, ha asegurado públicamente que Navarra -la anexión de Navarra a Euskadi- era el precio que el Gobierno estaba dispuesto a pagar a ETA por la paz. Simultáneamente, un portavoz de Batasuna afirmaba que no habrá solución al conflicto vasco sin atender esta vieja reclamación del nacionalismo vasco. Tales declaraciones coincidieron con unas respuestas consideradas ambiguas de Zapatero a un periodista y con el viaje patriótico de Rajoy a Navarra a negar la existencia de Euskal Herria y a secundar a Unión del Pueblo Navarro, que niega con beligerancia cualquier vinculación entre Navarra y País Vasco.
Ante este alboroto, que sólo se explica por la gran sensibilidad que suscita el asunto en las sociedades vasca y navarra, ha habido pronunciamientos que deberían resultar estabilizadores y tranquilizadores.
No es éste el lugar para desarrollar una pesquisa histórica del estado actual de las relaciones entre Navarra y Euskadi, que han evolucionado desde la transición hasta hoy, y que merecieron incluso una referencia explícita en la Constitución. Pero lo cierto es que los vínculos entre dos comunidades contiguas que se solapan culturalmente se han deteriorado hasta convertirse en motivo de enconada discordia, de confrontación política, por causa de la violencia desnaturalizadora que nos ha aquejado durante más tiempo del soportable.
Hemos de luchar, con todo, contra este trauma que soportamos y que ha de ser reducido por un esfuerzo de racionalidad que debe efectuarse con mente abierta. Con la misma apertura de ideas que tuvo la Constitución al no dogmatizar sobre aquella cuestión controvertida y polémica, que el constituyente aún no se consideraba capaz de dictaminar de forma unívoca y cerrada.
Ahora, el foralismo navarro, secundado por el PP, ha optado por la desvasquización de la comunidad foral, hasta el punto de proponer la reforma de la Constitución para eliminar la Transitoria Cuarta. Desaparecen de las carreteras navarras los topónimos en vasco y, en general, se advierte una radicalización de la autoctonía que proyecta fanatismos antagónicos al que se quiere supuestamente extirpar. Y sin embargo, lo adecuado en esta hora sería seguramente enfriar el viejo contencioso, solemnizar la posición mayoritaria de la opinión pública y dar tiempo al tiempo, para que en el futuro se termine entendiendo que la complejidad navarra, surgida de la contigüidad del viejo reino con otras culturas que la penetraron y trascendieron, no es un lastre sino una riqueza, que puede sobrellevarse con tranquila deportividad y sin necesidad de exhibir a cada paso el gesto torvo de la desconfianza.
Ironizaba el otro día Javier Ortiz con el hecho de que Rajoy niegue la existencia de Euskal Herria y se abrace en cambio al Estatuto de Gernika que en su artículo primero dice: «El pueblo vasco o Euskal Herria, como expresión de su nacionalidad». Algo parecido habría que pensar de quienes, aferrados con uñas y dientes a la Constitución, se horrorizan sin embargo al recordar que la propia carta magna dejaba a los navarros plena autonomía para decidir su futuro y quieren eliminar semejante frivolidad para que las generaciones del mañana no se dejen seducir por algún inefable canto de sirena vasquista. Todo esto tiene algunos rasgos ridículos que no se ocultan completamente en el altar de la trascendencia. Y conviene que ahora que ETA se termina, los políticos que se han escudado tras el terror para ocultar su inanidad ideológica se armen de argumentos y razones para no perecer en el proceso de normalidad que se avecina.