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HISTORIA. Padilla, Morante, El Cid y Espartaco sacaron por la Puerta del Príncipe a Manzanares.
DÉCIMA DE ABONO DE LA FERIA DE ABRIL DE SEVILLA

Adiós, Manzanares

El alicantino se cortó la coleta por sorpresa y fue sacado a hombros por sus compañeros tras el feliz debut de Cayetano

TEXTO: BARQUERITO / FOTO: EFE / SEVILLA
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Después de arrastrarse el quinto de corrida, Manzanares, aplaudido sin demasiado calor, salió a paso seguro hasta la primera raya. Produjo cierta sorpresa esa salida. Y hasta alguna protesta que enmudeció enseguida, porque con un breve gesto firme y preciso Manzanares hizo salir del callejón a su hijo primogénito, homónimo y colega, y sin más ceremonia, le dio la espalda, inclinó levemente la cabeza, se llevó la mano a la castañeta y le dijo que se la desprendiera con una tijera que Manzanares hijo llevaba en la mano. Así se cortó la coleta Manzanares.

Después del tajo, los dos Manzanares se fundieron en un estrecho abrazo. La plaza, conmocionada, se vino abajo. Se puso de pie todo el mundo, se arrancó la banda de música y sonó la ovación más cerrada de toda la feria de Abril. Inmenso el escalofrío. Se retiró de escena el hijo y, a solas y entre las dos rayas de picar, Manzanares padre tuvo que corresponder con entereza pero muy emocionado a una ovación cerrada, rugiente, interminable. Hizo ademán de meterse entre barreras. No le dejaron. Tuvo que dar la vuelta al ruedo. Una auténtica apoteosis.

La que iba a haber sido última vuelta al ruedo de Manzanares en la Maestranza o como torero en activo no lo fue. Era la tarde de la presentación de Cayetano en Sevilla. Le brindó el sexto de festejo, segundo de sus dos novillos. Fue una preciosa faena, se premió con una oreja y Cayetano tuvo el detalle de invitar a Manzanares a dar con él la vuelta al ruedo. Al terminar la vuelta, Cayetano, puesto sobre aviso, dejó a Manzanares sólo en el tercio para recoger la ovación del adiós. Y entonces aparecieron por el burladero de capotes unos cuantos matadores de toros de paisano: primero, Juan José Padilla y Antonio Barrera; y luego, Ponce, Morante, Litri, Rivera Ordóñez, Espartaco, El Cid, El Mangui y, naturalmente, Manzanares hijo. Padilla se calzó a Manzanares a los hombros, hicieron peña con él todos los demás, Cayetano fue aupado por un capitalista y todos juntos dieron vuelta al ruedo de clamores sonados.

A medida que se cerraba el círculo de la vuelta al ruedo se agitaba la gran cuestión de si dejarían o no a los toreros sacar a Manzanares por la Puerta del Príncipe. Hubo serio intento de negativa de los porteros, porque desde el palco llegó el gesto de que no se abriera el portón de la barrera, hasta que con Padilla de ariete la cuadrilla de toreros amenazó con echarla abajo a la fuerza. Cedieron los encargados. Un delirio fue. En las cancelas de la Maestranza ya se había arracimado un gentío. No aparecía el coche del torero, que fue llevado como en andas por el Paseo de Colón. En una de las azoteas de la Maestranza se amontonaba gente, rotas las manos de aplaudir.

Sólo por eso quedó en otro plano lo demás. Entre lo demás estuvo la afortunada y triunfal presentación de Cayetano en Sevilla. Primoroso con el capote. Dos novillos de Zalduendo de dulce condición y largo estilo. Pero delante de ellos estuvo latiendo y brillando una idea preciosa del toreo en versión clásica y añeja. Formidable la estampa del muleteo embraguetado y dando el pecho, por los vuelos y por delante, el toreo ligado sin perder pasos. Sutilezas en el toreo cambiado, en los de pecho, en los remates de adorno. Convencidos los toros del ritmo de las dos faenas. Y convencida la gente, que arropó y jaleó pero sin partidismos ni exageraciones. Manzanares abrevió con uno manso y dejó firmados dos o tres carteles de toros con el quinto. A Pablo Hermoso se le acabaron los dos toros que mató enseguida. Y además debió sentir que ésta no era su corrida. El castaño Chenel hizo en el cuarto todos los alardes que consintió un toro muy frágil.