Sociedad

Dormir como un reloj

El ritmo de sueño cambia y va perdiendo calidad a medida que cumplimos años. En la infancia, las necesidades son mucho mayores que en la vejez

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En el sofá, delante del televisor, en un banco del parque, en la playa... En cualquier sitio, menos en la cama. Y no son instrucciones del Kamasutra. No es lo que parece. Todo es cuestión de sueño. Basta con haber cumplido los 65 para comprobarlo. A partir de esa edad, el reloj biológico sufre alteraciones y una de ellas afecta a las necesidades de sueño. Las cabezadas se multiplican du-rante el día y los despertares au-mentan de noche -según estudios recientes, pueden superar el centenar-. Resultado: menos horas de descanso y menos reparadoras.

La explicación está en el proceso de envejecimiento. Como ar-gumenta Ana Adán, profesora titular del departamento de Psiquiatría y Psicobiología Clínica de la Universidad de Barcelona, el ritmo sueño-vigilia es circadiano (duración de 24 horas) y de los más potentes. Se regula por un reloj interno cerebral situado en el núcleo supraquiamático del hipotálamo.

La expresión de estos ritmos varía en gran medida con la edad, al igual que las habilidades o capacidades motoras y cognitivas. «Con el envejecimiento, la expresión rítmica circadiana pierde calidad, es decir, ni el sueño es tan profundo y reparador ni la vigilia tan adecuada para enfrentarse a las demandas socioambientales», asegura Adán.

Es la pescadilla que se muerde la cola: el sueño es más ligero, fragmentado y superficial, lo que afecta a la actividad diaria y a la capacidad para mantenerse despierto durante el día. En general, el sueño ha cambiado a un patrón polifásico (varios ciclos de sueño separados entre sí por episodios de vigilia) frente al modelo monofásico (un único periodo de sueño) de los jóvenes y los adultos.

Parece que eso de que algunos ancianos son como bebés se cumple, ya que vuelven al mismo patrón irregular de los recién nacidos. La diferencia está en que unos se pasan y otros no llegan. Todo depende de la edad. «Cuando nacemos tenemos un ritmo de sueño-vigilia ultradiadiano de aproximadamente tres o cuatro horas. Progresivamente, este reloj (gracias sobre todo al ritmo de la melatonina, cortisol y temperatura corporal) se va prolongando de forma que el niño es capaz de dormir más horas seguidas por la noche», advierte el doctor Eduard Estivill, director de la Unidad de Alteraciones del Sueño del Institut Dexeus de Barcelona. Sin em-bargo, según Estivill, no es hasta los seis meses de edad cuando este ritmo se consolida y se ajusta al de 24 horas. A partir de entonces, el niño ya es capaz de dormir entre diez y doce horas nocturnas complementadas con dos o tres de siestas diurnas.

Proceso de maduración

Al fin y al cabo, están en edad de crecer, y su cerebro también lo hace. Como añade el doctor Estivill, al estar en pleno desarrollo físico e intelectual, los niños necesitan más horas de sueño como parte del proceso de maduración. No hay que olvidar, por ejemplo, que la mayor parte de la hormona del crecimiento se segrega justamente durante el periodo de sueño profundo.

Es crucial, por tanto, la fase REM (rapid eye movements). Du-rante esta tercera etapa del sueño, el individuo se encuentra profundamente dormido y goza de una intensa relajación muscular. Este período supone el 25 por ciento del sueño total en el adulto y aún más en los niños, hasta el punto de que en el recién nacido alcanza casi la mitad del tiempo absoluto. Es entonces cuando se suceden los sueños, aprovechando el momento máximo de actividad cerebral.

Como apunta Ana Adán, en los ancianos con demencia existe una disminución patológica del sueño REM, «lo que revierte en sus déficits de aprendizaje y memoria». De hecho, en la vejez, esta fase REM se desplaza a las primeras horas de sueño. «Esto hace que se tenga la sensación de haber cumplido antes la meta, de forma que se cobra después. Hay, por tanto, una deuda de sueño», considera Enrique Bauzano, jefe del servicio de Neurofisiología Clínica del hospital Carlos Haya.

Por experiencia, el doctor Bauzano puede atestiguar que esa irregularidad va a veces mucho más allá de la simple alteración orgánica. «Muchos mayores se desesperan por no poder dormir con normalidad y sufren alteraciones de ansiedad», constata Bauzano. Según el Instituto del Sueño, este trastorno puede ser incluso un síntoma de depresión. Tanto es así que algunos mayores llegan a dejar de comer a sus horas y pierden el interés por realizar las actividades de su vida diaria.

Aunque no todo es culpa del proceso físico de envejecimiento. Los especialistas coinciden en destacar otros múltiples factores asociados que interfieren en esas modificaciones del sueño. En este sentido, la profesora de Psicobiología de la Universidad de Málaga Francisca Vera recuerda a los especialistas Blanco y Mateos, que proponen variables psicosociales y patológicas factores.

Cambio de actividad

Una de las principales causas está vinculada al giro que da la actividad cotidiana, sobre todo, como consecuencia de la jubilación. A ese cese laboral se une la pérdida de las relaciones sociales asociada a ello, la escasa planificación del tiempo libre o el fallecimiento de amigos o familiares cercanos. Tampoco hay que descuidar los hábitos higiénicos inadecuados, como acostarse demasiado temprano o hacer varias siestas.

Las enfermedades son otro pilar básico. Muchas patologías, especialmente, las que afectan al aparato cardiovascular, respiratorio y genitourinario, contribuyen a aumentar el trastorno. La inestabilidad vesical es uno de los factores más importantes. «La mayor necesidad de ir al baño hace que buena parte de los mayores de 65 años se levanten al menos una vez en la noche, lo que repercute en la calidad de su sueño», indica el doctor Enrique Bauzano.

Por si fuera poco, muchos tratamientos farmacológicos tienen efectos secundarios en la eficacia del sueño, lo potencian o lo dificultan.