¿Galgos, podencos o energía?
Actualizado:Adiferencia el resto de bienes y servicios, la electricidad no se puede almacenar. Cuando pulsamos un interruptor para poner en marcha una fábrica, abrir un supermercado o iluminar una ciudad; cuando encendemos una bombilla, un televisor, un aparato de aire acondicionado, el sistema eléctrico está obligado a producir y distribuir instantáneamente la energía necesaria para que todo funcione con normalidad. Y en nombre de la seguridad, los intereses nacionales, el control de la inflación los políticos han otorgado al suministro energético la categoría de servicio público, han limitado sus sistemas de producción y han intervenido sus precios. Y eso ha forzado a las empresas productoras y comercializadoras a cortar sus inversiones, subestimar el crecimiento de la demanda, forzar la utilización de combustibles y suspender la expansión de las centrales nucleares. Y aquí estamos, como los conejos de la fábula de Iriarte, discutiendo si son galgos o son podencos, si la energía atómica es inevitablemente peligrosa y cara o si es el Bálsamo de Fierabrás mientras la inestabilidad política en Próximo Oriente, la escasez de lluvias, el consumo no previsto de los países emergentes y la disparatada elevación del precio del petróleo están poniendo en riesgo el futuro de la Humanidad.
A los movimientos ecologistas le debemos la creciente sensibilidad sobre el riesgo de cambio climático, la exigencia de reducir la emisión incontrolada de gases a la atmósfera, la obligación de evitar los vertidos de residuos a los ríos y los mares la mentalización para conservar y mejorar el medio ambiente. Pero cuando los ecologistas, espoleados por la izquierda más reaccionaria, dejan de ser la conciencia de la sociedad civil e intentan transformarse en banderín de enganche de una ideología política se convierten en una caricatura. Y así aplauden, como ayer, el cierre de la central nuclear de Zorita como si estuvieran dispuestos a vivir el resto de su vida como anacoretas.