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LA CENTRAL. La cúpula naranja del edificio del reactor se destaca en el paisaje de Almonacid de Zorita.
'La cafetera' ha marcado la existencia de esta comarca alcarreña durante 40 años

Zorita, punto y final

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TEODORO Martín estará triste esta noche. Trabaja desde hace 39 años en el reactor de la planta de José Cabrera, en Almonacid de Zorita (Guadalajara), y será uno de los siete operadores que, a lo largo de esta tarde, asistirán en primera línea a la desconexión de la red eléctrica de la central nuclear más veterana de nuestro país. Desde hace meses, Zorita está acomodando su sistema productivo para esta parada excepcional, definitiva.

Teodoro, uno de los veteranos de Zorita, está en el exterior de su vivienda, en el Poblado, a 300 metros escasos de la nuclear. Corta el césped junto a los pinos y cipreses plantados hace 40 años junto a las 35 viviendas de dos plantas donde viven los empleados de Unión Fenosa. En el recinto, donde también está la Residencia (para personal sin familia) y el comedor de la empresa, se levanta una iglesia, con ladrillo caravista y vidrieras, el economato, un parque infantil sin niños y una especie de pajarera sin pájaros. A las 11.30 llega el panadero que planta las barras en las bolsas de tela donde los trabajadores de la central anotan el pedido y dejan el dinero. Ya no sube Evaristo, el pescadero de Pastrana, ni Manolo, con su fruta de Albalate. El poblado tiene un aire de ciudad abandonada. Pero no siempre ha sido así. Al principio esto estaba lleno de americanos, los ingenieros de Westinghouse que desembarcaron en La Alcarria con esposa e hijos para poner en marcha el reactor. Tenían un profesor de español, llevaban a sus hijos a estudiar al instituto de Pastrana y revolucionaron las pacatas normas morales de la época con sus camisas a cuadros, sus 'pick ups' y cuando, sin el menor rubor, presentaban a sus vecinos españoles a su tercera o cuarta esposa.

Fiestas y 'picnics'

Nuestro hombre recuerda aquella época con «un poco de nostalgia» Las gentes de la central celebraban sus fiestas patronales (la Virgen de la Luz, claro) y bailaban a los ritmos de una orquestilla en la Residencia cada vez que había recarga. Aprendieron de los americanos a hacer barbacoas, combinados y 'picnics'. «Todos éramos como una familia. Sobre todo los chicos. Aquí crecieron juntos», resume Teodoro. Pero eso se ha acabado. En la central trabajan ahora unas 240 personas. La mitad pertenece a contratas externas. De los 120 empleados de Unión Fenosa, la mayoría vive ya en Guadalajara, a menos de una hora en coche de la central. Y, ahora, con el cierre y posterior desmantelamiento de la nuclear, aún serán menos. Unos 40 han aceptado ya trasladarse a otros destinos como Sagunto, Bolaque, Madrid... Pero, hace 38 años, las cosas eran de otro color.

El jueves 12 de diciembre de 1968, Francisco Franco Bahamonde, acompañado del vicepresidente Carrero Blanco y de un puñado de ministros como Oriol Urquijo, López Bravo, Fraga Iribarne y Nieto Antúnez, inauguraba la primera central nuclear española, propiedad entonces de Unión Eléctrica Madrileña. La noticia ocupaba las portadas de todos los periódicos y abría la edición del No-Do. Eran los años de la tecnocracia y el ministro de Industria, Gregorio López Bravo, habló aquel día en Zorita de la necesidad inexcusable de disponer de energía suficiente para «nuestro desarrollo económico e industrial». Citó las nuevas nucleares en construcción (Garoña, Vandellós) y habló de una nueva planta en Vizcaya y de otra más, quizá, en Cataluña. «Hacia 1980, un tercio de la producción eléctrica española tendrá un origen nuclear», vaticinó. A día de hoy, los ocho grupos nucleares en funcionamiento proporcionan algo menos de la cuarta parte de la producción eléctrica nacional.

Pese a esos errores de cálculo de López Bravo (fallecido en un accidente de aviación), aquel día constituyó una jornada «apoteósica, memorable» en la vida de Teodoro Martín y de otros muchos. Nicomedes López de la Cruz, a quien todos llaman Román por una cabezonería de la madre, es uno de ellos. Cuando llegaron los pioneros a Almonacid de Zorita no había ni servicios en las viviendas. Florecieron las casas de comidas, el alquiler de habitaciones, las mujeres que lavaban y planchaban ropa y acomodaban a aquel aluvión de trabajadores con dinero fresco y salud a raudales que cambiaron para siempre la vida en la comarca. «Fueron unos años buenísimos. Si la central no estuviera en marcha. este pueblo y los alrededores estarían muertos. Hay muchas ventajas, hasta hace poco no pagábamos ni el agua», dice Antonio Jimeno, del Hostal Los Arcos. «Luego hemos perdido población. Pero algo ganaremos con el proceso de desmantelamiento porque se emplearán más trabajadores. ¿Sabe? Cuando se descubrieron las grietas en la tapa del reactor tuve un año y pico fantástico. Llené el hotel de americanos», dice con una sonrisa en la cara.

Nicomedes tiene una posesión preciada. La foto que Jesús, un primo de su mujer, sacó a su familia poco después de la inauguración de la planta. Es una estampa de otro tiempo. Antonia, su esposa, aparece sentada en una silla de cámping, de tijera. Del pecho le cuelga una medalla de oro de la Virgen. Su hijo Antonio lleva una chaqueta holgada, abrochada con dos botones y está cegado por el sol. La chica, morena y feliz, luce, orgullosa, una cinta en el pelo. Y el padre de familia, con el traje de los domingos y los zapatos lustrosos pese al polvo del secarral, se esponja ante el paisaje nuclear con un evidente aire de orgullo. Tan grande que Nicomedes celebró en la Residencia los banquetes de boda de sus hijos.

Envidia de un sueldo fijo

Hoy Román-Nicomedes es un jubilado laborioso de uñas largas que construye maquetas de iglesias con cajas de fresas y palillos de pincho moruno. Román fue almacenero en Zorita y mantuvo, con el ánimo agrícola intacto, un huerto en terrenos de la central. «Mi padre era empleado de Unión Eléctrica Madrileña y los hijos de los empleados teníamos preferencia para entrar en la compañía. Pasé 9 años trabajando en el salto de Buarque y 21 en Zorita, hasta que me jubilé. Todos nos tenían envidia porque teníamos un sueldo fijo y bueno. La central no ha dado más que bienestar», dice. «Aquí sólo habla mal de Zorita quien no trabaja en ella. Fíjese que había gente que ganaba en un mes de recarga más que en todo el año».

La cosa, claro, también tuvo su cruz. Como los muertos que hubo durante la construcción y que José Antonio Nadador, otro veterano, recuerda como si hubieran sucedido ayer. «Las muertes fueron por imprudencia, claro. Uno se achicharró en un transformador, dicen que por orinar. Otro chico, francés, se coló por un hueco y se cayó. Y luego estuvo lo de Narciso, un pintor. Se cayó cuando estaba en la chimenea. Les falló el andamio, que era de carraca».

En este triste anecdotario Nadador guarda también la imagen de José María Ryan, el ingeniero asesinado por ETA, despidiéndose de él en Zorita a donde había acudido para prepararse para poner en marcha Lemóniz. «A mí la central me lo ha dado todo. Aquí me casé y aquí he criado a dos hijos como dos soles», dice Nadador. «Hemos vivido muy tranquilos, como no tenemos escaparates...», ríen Pilar de la Torre y Carmen Urmente, esposas de dos empleados de la planta en un alto de su caminata diaria por este paraje de romero florido, ababoles y bojes que revientan en las cunetas. De fondo suena la omnipresente megafonía de la central.

Son horas de voces y despedidas. El pasado día 12, la dirección de la central abrió sus puertas a los vecinos de la comarca de Zorita. «Todo el pueblo de Almonacid fuimos a despedirnos. Estuvimos como unas 134 personas», recuerda, preciso, Román. En Pastrana, Araceli Morón, la hija del 'pescatero' ambulante de la comarca, charla animadamente con las comadres. «Vivimos rodeados de los pantanos que nos hizo Franco. Mandamos el agua del Tajo para Murcia, porque somos los más generosos de España... Y la cafetera, la nuclear, la verdad es que nos ha venido bien. Porque nadie viene a ponernos una fábrica a la vega», se carcajea. «Demoler la central va a generar 1.500 puestos de trabajo. Fenosa va a construir dos plantas de 400 megavatios de ciclo combinado de gas que emplearán a 50 personas.

Y será necesario un oleoducto», resume el alcalde de Almonacid, Gabriel Ruiz del Olmo, operador auxiliar en Zorita. «¿Problemas? Existe recelo a venir a esta zona porque hay poca información sobre las nucleares. Y la central y su dinero han dormido la iniciativa de la comarca. Nos faltan emprendedores », cabecea. A partir de mañana, Zorita deberá aprender a vivir sin el átomo.