De Quiñones y sus cantes
Actualizado:En la próxima Feria del Libro se presentará, junto a otros escritos de Fernando Quiñones, la reedición de la obra De Cádiz y sus cantes gracias a la Fundación José Manuel Lara. La obra original es de 1964 y entonces llevaba el subtítulo Llaves de una Ciudad y un Folcklore Milerario. Un ensayo histórico que surgió en una febril etapa de la investigación flamenca.
Universitarios, intelectuales varios y escritores emprendieron una frenética carrera por publicar sobre el arte jondo. Entre ellos, aparecieron dos obras fundamentales: Vi-da y Muerte del Flamenco y el referenciado.
En puridad, la mayoría de aquellos escritos han sido ampliamente superados por investigaciones con mayor rigor. Por aquellas calendas, entre 1960 y 1980, todo estaba por descubrir y muchos optaron por la efímera suerte de la invención. Aunque al menos, nos pusieron sobre alguna pista; injusto sería no subrayarlo.
Pese a que, Fernando se concedió no pocas licencias literarias, su obra flamencológica es la que se mantiene más en pie que ninguna otra coetánea. Entre otras muchas razones, podemos establecer que su autor fue ante todo un extraordinario aficionado al cante y que, lejos de buscar únicamente la verdad en las bibliotecas, las buscó en aquellas noches gaditanas y jerezanas de bohemia, en las que se topó más de una vez con la in veritas de cuestión y rozó personajes cantaores sobre el mostrador, más que en los discos; algunos de los cuáles introdujo como personajes en sus novelas y relatos cortos.
Fue incluso el único de su generación que se pronunció contra el sectario libro Mundos y Formas del Flamenco de Mairena y Molina, al que tenían algo así como el Corán de la época, talibanes incluidos.
Fernando ilustraba cantando por soleá y alegrías sus propias conferencias y escribió hermosas letras para ser cantadas, desde la vivencia y la identificación con los artistas y sus circunstancias de entonces.
Por eso, 42 años más tarde, su obra sigue estando fresca y al abrir sus páginas percibe uno que aún llevan el perfume salinero del muelle o el de la sangre del antiguo matadero. Esa es, sin duda, la mejor forma para una obra de perdurar en el tiempo.