EJERCICIO. Madres hacen deporte con sus cochechitos en Central Park.
Modernos y 'yuppies' encuentran varias opciones para lucir

Playas urbanas

bañador en Nueva York con la llegada de la primavera

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No es que haya llegado el ve-rano, ni mucho menos, pero en una ciudad donde las temperaturas alcanzanlos 20 grados bajo cero, apenas empieza el deshielo, los más eufóricos salen a la calle en manga corta. Para final de abril, coinciden los abrigos con los bikinis.

Nueva York está rodeado de mar, pero vive de espaldas a él. Sus aguas son tan gélidas que la excursión hasta las playas de Long island o New Jersey no sirve más que para contemplar el paisaje, porque no hay quien se atreva a poner un pie en el agua hasta los días más sofocantes de agosto. Lo que no quita que ricos y esnob se dejen auténticas fortunas en compartir una casita en la playa para poder presumir de veranear en Los Hamptons y vacilar de fiestas.

Los demás, ni cortos ni perezos, sacan la toalla y la manta de picnic y se van al parque. No uno, ni dos, sino tantos que cuesta más encontrar un trozo de hierba en Central Park que un espacio para la sombrilla en Valdelagrana.

Los de Central Park tienen cierta categoría. Llevan la cestita de Pottery Barn con la botella de vino, el pan de baguette y el queso manchego, que tiene categoría por estos lares. En mi barrio vale cualquier sábana vieja y un sandwich para merendar, porque lo de la tortilla de patatas no se estila -requiere demasiada preparación en una ciudad donde ya nadie cocina si no es para invitar a los amigos-. En los días de verano, incluso compartimos la hierba de Tompkins Square con los sintecho, los punkies de Saint Mark y los ciclistas agotados. Cosas del East Village.

Los más modernos cojen el me-tro hasta Queens y se sumergen en la vanguardia del PS- 1, un centro de arte de vanguardia que recientemente se fusionó con el Museo de Arte Moderno (MoMa). Allí, entre performance e instalaciones, suelen dar vida cada verano a las playas urbanas.

Los camiones vuelcan su carga de toneladas de arena en un patio con hamacas y un es-tanque para mojarse los pies que completa el espejismo.

Para quien le cueste engañarse, las cervezas y los conciertos en directo son recomendables. Sólo sobran veinteañeros modernos, pero es que esto es Nueva York. Con tanta competitividad para ser alguien, quienes tengan mucha necesidad de aparentar siempre puede pagar mil dólares al mes por un colchón en el suelo en alguna de las atiborradas casas compartidas de Los Hamptons, que tras cinco horas de tren, o siete de autobús cuando hay atasco, resultan la mar de cómodas. Los que no, a lucir el bikini de Donna Karan en Battery Park, que la Estatua de la Libertad... tampoco es mala vista.