EL RAYO VERDE

Alguna noche puede salir el sol

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Todo fluye, nada permanece: estábamos convencidos que ésta era una ciudad terminada, en la que apenas quedaba por hacer más que restaurar, perfilar, diseñar nuevos circuitos urbanos que revitalizaran las zonas más neutras, o negras, pero que poco iba a cambiar ya aparte del segundo puente y su rotonda término. A lo más que se aspiraba como gran idea era a incorporar el puerto a la ciudad, una retahíla que parecía algo así como el volante del mercedes, que dicen que se fabricaba grande e incómodo para que la gente tuviera algo de qué quejarse. En esas que salta la operación del nuevo hospital, la de plaza de Sevilla, el polígono exterior de la Zona Franca, los depósitos de tabaco, el gran dique de relleno y las diversas posibilidades para el recinto portuario Muchos cambios se avecinan, oportunidades únicas para mejorar, desfacer entuertos y preparar el futuro. A ver, por ejemplo, si se logra un buen diseño en la actual Residencia, si mejora Fragela cuando se vaya Medicina, si en la plaza de Sevilla se saca partido a los espacios, los planos, el mar; si el polígono exterior atrae a empresas de fuste...

Buena parte de este rediseño va a pasar por el entendimiento entre administraciones de distinto signo, como se sabe. La operación del hospital es una filigrana de negociación a varias bandas en la que todos quieren ganar, sea cual sea el color. También cuenta el 'feeling' personal y, en este sentido, importa mucho para la buena marcha del negocio que todo culmine antes de que se retire el arquitecto municipal, Ernesto Martínez, que se entiende bien con el delegado de Zona Franca, José de Mier, y que manda mucho en el Ayuntamiento, aunque pretenda negarlo.

También cambia el escenario para la alcaldesa. Teófila Martínez parecía sola y abandonada del poder, pero todos estos proyectos, la impresión de dinamismo, el hecho irrefutable de que tiene la llave final del urbanismo de la ciudad y su innegable habilidad para salir en la foto la benefician.

Otra sorpresa ha sido la industria naval. Sobre los astilleros se cernían las perspectivas más pesimistas. Pero de pronto surge el contrato de Venezuela, que es de una envergadura colosal: mil trescientos millones de euros, ocupación para 600 trabajadores fijos, y otros más de contratas, hasta 2012.

Navantia cambia estos días las letras de 30 metros de sus rótulos en las grúas pórtico de Matagorda con la ilusión de que éste sea el último nombre y se acuñe una nueva marca que deje atrás malos recuerdos y connote calidad, empleo, y muchos, muchos barcos.

Los del sector naval andan apasionados con las expectativas, porque lejos de tirar la toalla creen que hacer un barco es algo más que un trabajo. Cuando el martes se corte la primera chapa en el dique será el inicio de un tiempo nuevo e inesperado, impensable hace unos meses.

Tampoco está mal, contra pronósticos, el futuro industrial de la Bahía, con el nuevo contrato de Dragados y los encargos de Airbus, aunque cojee Delphi.

La vida te da sorpresas. No siempre son malas. Alguna noche puede salir el sol. Lo que no sé es si esto demuestra que estamos como los «kremlinólogos», viéndolas venir mientras caía el Muro de Berlín sin ellos enterarse, o si es que operan de verdad «fuerzas ocultas» que de pronto deciden ir a por todas. Por ejemplo, porque quedan pocos meses para que empiece la campaña electoral.

A estas alturas del partido, cuando una ya está para el partido-homenaje, es un lujo seguir sorprendiéndose. Y relaja mucho saber que es poco, o nada, lo que puede estar bajo control.