Las campanas de Ucrania
Actualizado: GuardarUn avezado político que, como suele ser frecuente en su gremio, sólo mandó mucho durante una temporada, calificó a Stalin de «hombre preatómico». Estaba convencido, y a ver quién le quita la sinrazón, de que hay un antes y un después desde Hiroshima y Nagasaki. Todo lo anterior es prehistoria y la Edad Moderna empieza cuando los seres humanos, no sin esfuerzo, alcanzan la posibilidad de destruir este planeta. («Si volviera a nacer me gustaría ser fontanero», dijo Einstein, asustado por su contribución a esa posibilidad).
Hasta ahora, todos los inventos que se pueden utilizar para fines pacíficos se han utilizado también con fines bélicos. No es mal momento para reflexionar sobre eso ahora que se cumple el 20 aniversario de la tragedia de Chernóbil. El apolillado presidente Yushenko pide que se construya un sarcófago sobre el reactor nuclear que se averió y de paso averió a más de dos millones de personas.
No hay que preguntar por quién doblan las campanas de Ucrania. Como siempre, doblan por todos. Rusia condecora a los supervivientes y hay muchas coronas en el cementerio de Mitinskaya, sobre los ataúdes de plomo, mientras protestan los manifestantes de Greenpeace. Siempre hacen falta muchas víctimas para que no haya más.
En esa tesitura estamos también nosotros, que ignoramos el precio del alto el fuego permanente. Es una lástima que no podamos conocer la opinión de los asesinados por la odiosa y odiante banda. El ex coordinador de IU, Julio Anguita, cree que después de reformar 17 estatutos de autonomía «España quedará como el monstruo de Frankenstein», llena de parches, tornillos y cicatrices. Ahora sí que no la va a conocer ni la madre que la parió. Algo ha explotado por dentro. En fin: realidad nacional o muerte.