Editorial

Competencia y seguridad

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La manifestación de dos centenares de pilotos afiliados al sindicato Sepla en la nueva terminal T-4 de Barajas en demanda de más seguridad, descuidada a su juicio por el Ministerio de Fomento, ha sobresaltado a más de un usuario de las líneas aéreas. En base al frágil papel que la fiabilidad ha jugado históricamente en el desarrollo de la aviación comercial, la exigencia de los pilotos es técnicamente tan inobjetable como lo es que tras su reclamación hay también otros descontentos profesionales contra unas compañías que han reestructurarse en un mercado cada vez más dinámico y competitivo.

Los tiempos de la proverbial estabilidad en que desarrollaban sus monopolios las antiguas compañías «de bandera» forman ya parte de la historia; y una de las inquietudes serias que afectan hoy a los pilotos es la existencia de un desempleo altísimo en su profesión, que permite a las nuevas compañías, precisamente, nutrirse de profesionales con unos costes salariales considerablemente inferiores a la media. El imperativo de la seguridad se vuelve, bajo estas premisas, perfectamente reivindicable a la vista de que el sector se está cargando de cierta inestabilidad. Pero los cambios del negocio del transporte aéreo han incidido también sobre la naturaleza y la calidad de la demanda y el usuario exige hoy flexibilidad y, sobre todo, vuelos baratos. Esto explica que hayan desaparecido las atenciones gratuitas al pasajero a bordo del avión en la clase «turista» y que Airbus haya diseñado incluso un sistema para llevar pasajeros reclinados en vez de sentados, con el consiguiente ahorro de espacio y de precio.

Es evidente que esta búsqueda obsesiva de la productividad para mantener una rentabilidad que asegure al menos la supervivencia podría redundar en perjuicio de la seguridad si el regulador aéreo, que debe seguir siendo el Estado y, a mayor nivel, las instituciones comunitarias e internacionales competentes, no adopta las precauciones y los controles adecuados. Y aquí sí deben escucharse a todas las voces que advierten sobre el peligro de caer en la tentación de reducir aún más los costes en detrimento de la seguridad aérea. Los controles deben ser permanentes y no estar sujetos al vaivén de las crónicas de sucesos: es humano que la preocupación crezca cuando se producen accidentes, e igualmente exigible que la inspección se lleve a cabo siempre mediante criterios objetivos rigurosos y de permanente aplicación.