
La clase obrera a ritmo de tres por cuatro Personajes gaditanos y maestros del pillaje
Santiago Moreno analiza la miseria en que vivían los trabajadores de los 50 a través de las coplas de Carnaval
Actualizado: GuardarGracias a que «Cádiz no tiene fiestas», los investigadores de la ciudad -y la provincia- tienen el privilegio de contar con unas fuentes documentales diferentes a las oficiales para poder acercarse a los historia. Si en Andalucía se reza cantando, en Cádiz, además, cada febrero se analiza y critica la realidad que luego será historia.
Esto es lo que ha hecho Santiago Moreno, colaborador de LA VOZ, en su libro La clase obrera gaditana (1949-1959) -coeditado por la Diputación Provincial y la Universidad de Cádiz-, donde aborda la situación de las clases humildes y obreras a través de las fuentes populares, entre las que se encuentran las coplas carnavalescas y la historia oral, con entrevistas a los protagonistas anónimos de esta etapa, además de los documentos oficiales del Ayuntamiento y el Instituto Nacional de Vivienda o los del Archivo Histórico Municipal.
Las coplas de autores como Paco Alba, Antonio Girón, Antonio Clavaín y Ramón Díaz Fletilla, entre otros, describen las miserias que sufrían los obreros en los años 50. Del padre de la comparsa, Moreno ha utilizado las letras de Los vendedores de marisco (1953), la primera agrupación para la que escribió, Los sarracenos (1957) y Los de fin de curso (1956), que reflejan algunos capítulos de la vida cotidiana de la clase baja.
Bajo la censura
El autor, gran aficionado a la fiesta gaditana, asegura que «si se quiere hacer un estudio sobre los pobres, no se deben dejar de lado las coplas porque es lo que ellos mismos escribieron y opinaron». La gran aportación de estas fuentes es que dan un «punto de vista totalmente diferente al oficial», lo que Moreno considera «un privilegio que otras ciudades no tienen, no porque no tengan o no hayan tenido Carnaval, sino porque en el franquismo, a diferencia de otros sitios, lo permitió y, a pesar de la censura, las letras dan datos que, de otra manera, sería imposible conseguir».
Los desastres de la Guerra Civil hicieron interrumpir la fiesta hasta 1948, aunque a partir de este año, y hasta 1977, el régimen de Franco lo permitió bajo el nombre de Fiestas Típicas Gaditanas, y se trasladó de febrero a los me-ses de mayo o junio.
En los años en los que estuvo prohibido, algunos «poetas», como se les llamaba entonces a los autores, según Moreno, lo vivieron a escondidas durante la década de los 40.
Pan y circo
Cuenta el autor de este trabajo, que en realidad es la tesina que defendió ante el tribunal en su doctorado como licenciado en Historia, que cuando Cádiz cayó en manos de los sublevados el 19 de julio del 36, un día después del alzamiento militar de Franco, prohibieron el Carnaval de 1937 «con la promesa de que cuando el bando nacional estuviera en el Gobierno se permitiría».
Para el autor, la causa por la que se dejó celebrar fue que se quería «contentar y callar» a los ciudadanos ante la pobreza para que «se distrajesen con el Carnaval», a modo del pan y circo de los romanos, puesto que el aislamiento de la ciudad -«el Puente Carranza se hizo en 1969»-, la falta de alimentos al no tener campo, y la explosión de las minas de San Severiano en 1947 agravan las condiciones de los obreros.
La fiesta se vinculaba con la República y la libertad, por lo que en 1940 se mantuvo la orden en toda España, aunque en la capital gaditana continuó de forma clandestina porque está «muy enraizada» en el pueblo.
«Muchos comparsistas, chirigoteros, directores de agrupaciones y sus familiares fueron fusilados», como ocurrió con el hermano y el cuñado de José Macías Retes, que, como otros autores, estaba volcado con la causa obrera y militaba en las filas del sindicato CNT y de partidos como el PCE y el PSOE. Los obreros eran mayoritarios en el Cádiz de los 50. «En un cuarto vivían familias en-teras, pero a pesar de todo, tenían ganas de sobrevivir».
El hambre, la mendicidad, las enfermedades, la infravivienda, la radio, el fútbol y el cine, como entretenimiento, son las características principales de este grupo. Según dicen, «el hambre agudiza el ingenio». Así ocurrió con muchos de los pertenecientes a la clase obrera gaditana de entre 1949 y 1959, que se convirtieron en auténticos personajes a los que el autor les dedica un capítulo. La picaresca fue algo co-mún de individuos como el baratillero, los pimpis y el negociante, conocido fuera de la ciudad como «el tío de Cádiz», que protagonizó una historia «muy triste» que da cuenta de hasta qué punto había miseria.
«El negociante» se iba a Granada y otros lugares para prometer, a cambio de un billete de 7.000 pesetas de las de entonces, un viaje a América para los que buscaban una suerte mejor. «La gente vendía sus tierras y todo lo que tenía para nada, porque eran estafados». Venían a Cádiz y se encontraban con que el barco no zarpaba para ellos: «Algunos se quedaron aquí de por vida y murieron pobres». Vivían en los hostales que hay en los alrededores del muelle esperando a emprender el viaje, que otros sí lograron realizar. «Eran mafias como las que hay ahora en Ma-rruecos», un negocio entre las casas navieras y los pícaros.
Los pimpis eran unos jóvenes que engañaban a los turistas, a los que cobraban por darles «mil vueltas» para que conocieran Cádiz, aunque no tuvieran ni idea de las historias que encerraban los monumentos que enseñaban. «Hablaban por señales con los extranjeros, e incluso se inventaban palabras. Algo muy típico de Cádiz», subraya.
El baratillero, por su parte, se dedicaba a vender objetos usados que encontraba en la calle, como tuberías de plomo e incluso llegó a arrancar el váter público de la Plaza de Mina.
Las coplas del Carnaval recogen otra anécdota sobre la siniestralidad laboral, «que era mucho mayor que ahora, pero no salía en la prensa», que sí recogió que la construcción del edificio de El Fénix, frente al muelle, tuvo como novedad que se saldó con ningún obrero muerto.
También se cuenta la anécdota de que cuando el coro Alí Baba y los 40 ladrones (1953) cantaba ante las autoridades franquistas, el entonces alcalde de Cádiz, José León de Carranza, se acercó a su director, Macías Retes para preguntar si podía cantar con ellos, a lo que respondió: «¿Venga usted, total: un ladrón más o un ladrón menos, qué mas da!».