UNIDAD. Los vecinos de la barriada son el principal apoyo de la familia.
Jerez

«Vayáis donde vayáis os encontraré»

Una familia de San Juan de Dios narra «la pesadilla» que vive por el acoso de un toxicómano

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R osario Herrera oye crujir la cerradura de la puerta de su vecino y se echa a temblar. Normalmente es tarde. Sus dos hijas bajan la voz, asustadas, y el marido, Juan Sierra, ojea por la ventana. «Con sólo escuchar sus pasos en el umbral ya sé cómo viene, si se ha puesto de pastillas, o de papelinas, porque una cosa lo altera mucho y la otra lo deja como atontado», explica.

Pendientes de lo que ocurre en la casa de al lado, dudan si irse a dormir. Del toxicómano que los acosa los separa únicamente un tabique, y hace ya tiempo que aceptaron que la noche es sinónimo de miedo, de nervios y de insomnio obligado. La vigilia se sobrelleva mejor codo con codo. Aguantan juntos la madrugada que cae, hora a hora, hasta que la cerradura cruje de nuevo. Ya es de día. Pasó todo. Por hoy. Pero la misma historia de pánico contenido se repetirá mañana. Y ninguno de ellos sabe hasta cuándo durará la pesadilla.

Obsesionado por la hija

María Teresa tiene 23 años, es la hija mayor de esta familia modesta que reside en San Juan de Dios. Desde agosto del año pasado se ha convertido en el blanco favorito de las iras y desmanes de su vecino. La insulta, la persigue, y, en varias ocasiones, le ha roto los pilotos y los cristales del coche. Su obsesión por la chica lo ha llevado, incluso, a amenazarla en presencia de testigos con agredirla sexualmente. No le importa que vaya acompañada de su padre o de su novio porque grita, «fuera de sí» que él «ya no tiene nada que perder».

Rosario, su madre, sufre ataques de ansiedad, está sumida en una profunda depresión, y se siente desamparada «por todos, excepto por los vecinos, que nos brindan su apoyo y que hacen todo lo posible porque este hombre nos deje vivir en paz». «¿Se imaginan lo que siente una madre cuando escucha a un loco que vive a dos metros amenazar a su hija con forzarla cada vez que le da la gana?», pregunta, al borde del llanto.

Su miedo es doble, porque Juan también se encuentra en su límite emocional, y Rosario teme que «al final sea alguno de nosotros el que no se contenga, y nos metamos en un lío por un arranque de desesperación de unos minutos». No obstante, asegura que «confiamos en la justicia, pero la justicia tiene que demostrarnos que tenemos motivos para confiar en ella, y por ahora no lo ha hecho».

Juan López, el marido, le ha plantado varias veces cara al toxicómano agresivo, aunque siempre en defensa de sus hijas. «La última vez que nos quiso provocar, se emborrachó en la puerta de nuestra casa, y empezó a gritar que brindaba por María Teresa, nuestra hija mayor, diciendo que más tarde o más temprano la cogería». Cuando Juan salió a la calle, el drogadicto le juró que si se acercaba «lo mataría», y que «esto ya no tenía remedio, que uno de los dos acabaría muerto».

La hija menor, Laura, tiene 18 años. Está en tratamiento médico, a consecuencia de varios colapsos nerviosos consecutivos. Durante el último de ellos, se le contabilizaron 140 pulsaciones por minuto. «Así no se puede vivir», se resigna, «pero no tenemos dinero para cambiarnos de piso». La actitud del vecino hacia ella es diferente. Se limita a entorpecerle el camino cada vez que coge la moto para ir al instituto en el que estudia. «Se pone delante, provocando, insultándome, y no le importa que vaya sola o acompañada de cualquiera».

Además de los insultos, las amenazas explícitas de agresión sexual y la rotura continuada de los cristales del coche, otras actitudes también ponen en peligro la integridad física de la familia. No hace mucho, bien entrada la madrugada, el toxicómano, que había mezclado alcohol y pastillas, se dedicó a arrojar a la calle, desde el interior de su casa, una bombona de butano, «jugando con la vida de todos los vecinos, completamente ido». Una vez más, la familia avisó a la Policía «que siempre acude, y que comprueba los daños que nos produce, como el otro día, cuando arrojó contra nuestra puerta una piedra grande que trajo desde la obra de ahí cerca».

El joven ha sufrido graves problemas mentales como consecuencia de su adicción politóxica, pero el desencadenante de su actitud violenta fue el abandono del hogar familiar por parte de su hermana, con la que compartía la vivienda desde que su padre se marchó a trabajar fuera.

La degradación psicológica del individuo despertó, en principio, la compasión de sus vecinos, hasta que «comenzó a tener problemas con unos y con otros». Dejó de trabajar y actualmente se dedica a aparcar coches en los alrededores de un conocido bar de copas de Jerez.

«Desde entonces nos da miedo salir de casa», aclara Rosario, «porque tememos que aproveche que no estemos aquí para incendiarla, así que vivimos prisioneros dentro de nuestro propio hogar, siempre turnándonos para que haya alguien aquí, y además que no esté solo. Estamos viviendo un verdadero infierno».

Sin solución

Dentro de poco, en San Juan de Dios, entregarán las nuevas viviendas que los habitantes de la barriada llevan años esperando. No obstante, ésa tampoco será una solución definitiva, porque, según la información que tienen Rosario y Juan, «también él va a venir a vivir justo debajo de nosotros, por lo que tendremos que pasar por su puerta cada vez que subamos o que bajemos». Lo que, en principio debía ser un motivo de alegría, se ha convertido en una preocupación más.

Aunque no fuera así, el drogadicto, ya les ha dejado claro en varias ocasiones que «no me importa que os marchéis, porque Jerez es muy pequeño, en esta ciudad nos conocemos todos, y vayáis donde vayáis os encontraré, de eso podéis estar seguros».