GESTO. Enrique pide distancia antes de lanzar una falta. / F. J.
EL SEGUIMIENTO

El peor día posible para no dar ni una a derechas

Enrique y Víctor estuvieron participativos, pero imprecisos; el extremeño fue sustituido en el descanso y el madrileño no resultó el líder que necesitaba el Dépor

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Cádiz y Deportivo se jugaban ayer otro trocito de sus aspiraciones ligueras -la permanencia en unos y la UEFA en otros-. En sus filas, dos hombres acostumbrados a jugar bien pegaditos a la cal de la banda derecha, pero que ayer encontraron en la caprichosa meteorología su peor aliada. Tanto Enrique como Víctor no pudieron lucir ni su velocidad ni su desborde. El extremeño estuvo impetuoso, pero impreciso; participativo, pero exento de desborde. El mismo déficit que le faltó al madrileño.

La lesión de Estoyanoff hasta final de temporada le abrió de par en par las puertas de la titularidad al 8 amarillo, la ausencia por sanción de Munitis en el Dépor obligaba al 18 blanquiazul a asumir mayor responsabilidad en ataque. Y lo hizo. Fue protagonista en todas las acciones a balón parado de su equipo, participando en el gol de Iago, cubrió durante varios minutos la zona del lateral derecho ante la lesión de Héctor y se fajó tanto en defensa como en ataque con Jonathan Sesma y Lucciano Vella. Sin embargo, ese derroche físico le pasó factura en la fase vital del encuentro, cuando había que decantar definitivamente el partido.

Probó a Limia en un par de disparos desde media distancia e intentó congelar el choque cuando el Cádiz más intensidad le metía en busca del empate. Sin duda alguna, tirando de veteranía y siendo la voz de Caparrós sobre el terreno de juego. Arañó segundos en los córners y le lanzó una patadita a Sesma después de que el canario le dejara claro que está mejor físicamente que él. Algo que le pudo costar muy caro.

Al final, con el desenlace del partido y el punto conseguid en el Ramón de Carranza, Víctor se fue enfadado. Como tuvo que quedarse Enrique en el descanso cuando Espárrago le comunicó que cedía su sitio a Oli.

Las ganas por tomar protagonismo, por agradar a su afición, le terminó perjudicando en su rendimiento. Precipitación, angustia por ver que las cosas no le salían como él quería, impotencia.

En los primeros cuarenta y cinco minutos la aportación de Enrique se limitó a sacar los saques esquina desde su lado y a intentar aprovechar alguna de las incursiones de Capdevila en ataque para hacer daño a la zaga visitante. Pero no estuvo fino. Ambos eligieron el peor día para no dar ninguna a derechas.