PAN Y CIRCO

Senna, en el recuerdo

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Cada vez que la Fórmula 1 regresa como hoy a Imola me viene irremediablemente a la cabeza el recuerdo del más grande piloto que jamás ha parido la historia de este deporte. Desde aquel fatídico 1 de mayo de 1994, que a muchos nos pilló en Carranza viendo a un Cádiz arrastrándose por Segunda A, existe un antes y un después del fallecimiento de Ayrton Senna. El autódromo Dino y Enzo Ferrari es el hogar por excelencia de la escudería italiana, pero también un panteón donde quedaron sepultadas las ilusiones de millones de aficionados y el sueño de un piloto que se había propuesto ganar su cuarta corona pilotando entonces para Frank Williams. No vamos a descubrir ahora la fama que precede a escenarios tan históricos la Rivazza, Tosa, Villeneuve y Acque Minerali, pero si algún rincón se lleva la palma es sin duda Tamburello. Icono de la grandeza y miseria de una competición donde la muerte aguarda agazapada en cada curva y fiel reflejo de la relación de amor/odio que mantiene este circuito con los aficionados más señeros. Pasamos, en un abrir y cerrar de ojos, del deseo por ver clausurado definitivamente su resquebrajado asfalto, a visionar una y otra vez en nuestra mente esos momentos previos al fatal accidente con la intención de darle un volantazo al destino. Senna, que tendría hoy 46 años, fiel a su tradición combativa y a contracorriente de todo lo estipulado por quienes gestionan este circo, estaría del lado de Fernando Alonso. No es una ciega admiración la que me lleva a afirmar con la boca bien abierta que el asturiano es lo más cercano que podemos encontrar al indomable espíritu del añorado tricampeón. Los dos coinciden en haber cogido el toro por los cuernos en un mundo de tiburones donde te impones o eres devorado a las primeras de cambio. Pero donde no hay discusión posible es en lo que uno era y el otro es capaz de hacer al volante. Una maestría sin parangón.