La amenaza del petróleo
Actualizado:El fuerte crecimiento económico en todo el mundo y la incorporación al progreso de grandes países como China y la India han situado el precio del crudo en una tendencia alcista imparable desde hace cuatro años porque la demanda no da respiro y la oferta sigue fuertemente influida por un cártel -la OPEP-, dispuesto a no añadir más producto al mercado. Pero además de la tendencia general, coyunturalmente determinados movimientos geopolíticos actúan de catalizadores disparando los precios. En esta ocasión el detonante ha sido la crisis generada por la actitud desafiante del presidente iraní Mahmoud Ahmadineyad que lejos de ceder a las presiones internacionales para que frene o controle su programa nuclear, está acelerando los preparativos para lo que en la mayor parte de países de Occidente se percibe como la fabricación de armamento atómico. Tanto el Brent como el West Texas Intermediate rondan o han sobrepasado ya la barrera de los setenta dólares/barril y los expertos lo sitúan en 75$ en pocos días, porque además la guerrilla está hostigando la producción de Nigeria, Chad no quiere bombear más y la OPEP en su conjunto tampoco da señales de incrementar la producción. Este contexto internacional presagia malas noticias para casi todo el mundo. Con la excepción de las compañías petroleras, cuyos beneficios crecen con el precio del crudo, la mayor parte de la economía mundial añade un obstáculo más a su buena marcha con los precios más altos de la energía. Incluso muchos países productores de la OPEP, formada en su mayor parte por dictaduras que controlan las empresas petrolíferas estatales, los altos precios del crudo ayudan a que se perpetúen estas instituciones predadoras. Sin embargo, las más perjudicados somos, claro está, los países importadores que necesitamos usar grandes cantidades de energía -mucha de ella proveniente del petróleo o influida en su precio por él-, para mover enormes plantas industriales y grandes volúmenes de tráfico. Desde 1985-86 hasta el año 2003 los precios reales del petróleo permanecieron casi al mismo nivel que en 1974, con la excepción de la primera crisis del Golfo en 1991. En la actualidad los precios se parecen mucho a los de esa época -principios de los noventa- y están aún muy lejos de llegar a la tremenda crisis de 1979-1982.
Esto no supone minimizar el peligro, sino simplemente situarlo en sus justos términos para saber qué clase de impacto puede tener sobre el crecimiento mundial. Pero a pesar de las alarmantes expectativas la crisis de precios debe ser asumida por todos los agentes económicos rebajas de impuestos ni protecciones -subsidios a empresarios agrarios, pesqueros o de transporte, por ejemplo-, porque de otra forma no se produciría la reasignación de recursos y el cambio técnico necesarios para vadear la crisis. Los gobiernos no deberían usar una política de subsidios a la exportación amparada en la mayor inflación impuesta por el carburante.