Carátulas de películas que esconden material pornográfico.
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Las otras víctimas

Desviaciones sexuales y problemas en las relaciones sociales son daños que sufren estos adictos

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Una de cada cuatro niñas y seis niños de cada diez son víctimas de abusos sexuales y otro tipo de maltratos en una sociedad del siglo XXI occidental como es la española. Esta prevalencia en las agresiones es la que indican los últimos estudios nacionales de expertos en psicología y psiquiatría, que hablan incluso «de una epidemia que afecta a los menores».

Carmen de Manuel es psicóloga y trabaja en la Unidad de Salud Mental Infantil y Juvenil de Cádiz. Define los comportamientos detectados en las últimas operaciones policiales contra la pornografía infantil como «una adicción sin sustancia», que pese a no conllevar un daño físico directo e instantáneo, puede tener graves secuelas para un menor en pleno desarrollo. «Un adolescente que consume cantidades masiva de pornografía puede sufrir alteraciones sexuales, problemas en las relaciones interpersonales porque siempre está enganchado a la red o porque no sabe controlar los impulsos e intenta reproducir con su compañero de clase lo que ha visto en internet». Además, el excesivo uso del ordenador deriva en muchas ocasiones «en deficiencias en el aprendizaje por no dormir las suficientes horas. Se duerme en clase, se salta comidas e incluso el tiempo para la higiene. Se trastocan peligrosamente los horarios».

El riesgo se eleva a la enésima potencia cuando a ese niño «se le suman otras circunstancias como vivir en un entorno de abusos». En esas situaciones, puede estar naciendo un agresor sexual en potencia en la intimidad de una habitación y frente a una pantalla.

Carencias

A ese consumo compulsivo de pornografía, explica la psicóloga, llega el menor como reacción a unas carencias que soporta en su día a día. «Son unas víctimas más. Nadie les explica qué están viendo, qué es legal y que no». Para evitar este aislamiento tan peligroso al que se pueden ver abocados los menores, los expertos abogan por un esfuerzo conjunto de «la familia, la escuela y la propia sociedad. Es necesario que se controle el acceso de los niños a internet o que se dificulte, al menos, su entrada en determinadas páginas».

En el rosario de causas que se pueden buscar para entender por qué un niño cambia por completo los juegos y la compañía de sus amigos, por la soledad de su habitación y su ordenador, Carmen de Manuel recuerda los efectos que está teniendo la denominada sociedad consumista. «Hay cierto miedo instaurado entre los padres a decir no a sus hijos. Pero los problemas llegan tanto en niños que tienen a unos padres muy despreocupados como en aquellos que están siempre encima de ellos».

Pero dentro de este panorama desolador, los expertos dibujan la esperanza. «Un niño siempre es recuperable. Cuando un padre detecta estos comportamientos debería analizar qué tipo de relación tiene con su hijo y ayudarse de un profesional». Llegado a este punto, reconoce De Manuel, hay que luchar por convencer al adolescente, «que suele oponerse a ser tratado en una unidad de Salud Mental porque se niega a reconocer el problema».