Decepción de domingo
Una vuelta al ruedo de El Cid fue lo único a reseñar en una tarde accidentada con una corrida accidentada de Núñez del Cuvillo
Actualizado:El abono de Sevilla se abrió con el paso cambiado. El primer toro, frágil y lidiado sin la menor pericia, resistió mal que bien pero apenas. Tras mucho pensárselo, el palco lo devolvió. Todo lustre y finura de puntas ese toro terciado y sin hacer del todo. Ese fue el problema mayor de la corrida de Núñez del Cuvillo, que por primera lidiaba en Sevilla un domingo de Resurrección. Problema mayor pero no único. La corrida tuvo variedad, según uso del ganadero porque en el hierro confluyen distintas procedencias.
Pero la variedad no vino a garantizar esta vez casi nada: saltó un sexto toro de buena nota y excelente para el torero, pero saltó cuando ya se acercaba la corrida a las dos horas y media de duración. El espectáculo estaba hundido. La movilidad del toro, la banda de música y el querer más que el poder o el saber de El Cid levantaron en apariencia los ánimos. Fue toro de los que no se pueden ir sin triunfo, pero éste se fue. Sobre todo porque a El Cid se le fueron los pies en los momentos decisivos.
La música se arrancó con inaudita celeridad sólo al sexto muletazo, y además con un pasodoble de estreno muy ceremonioso, y entonces, además del propio jefe de la banda, se embalaron algunos. El Cid abrió faena de largo y se encajó en el primer muletazo, que dejó claro el son del toro. Fue, después de ese primer encaje, faena de perder pasos una y otra vez. Y de tocar, enganchar y soltar por y hacia fuera. En dos de pecho bien dibujados, uno de ellos obligado y el otro marcado al hombro contrario, El Cid respiró bien. Pero a la faena le faltó asiento, aire, ligazón y peso. Tanto. Una estocada perpendicular y desprendida tumbó sin puntilla al toro y hubo hasta petición de oreja. La música no paró hasta la igualada, ni siquiera se detuvo para censurar el desajuste con que El Cid toreó esta vez por la mano izquierda, que es la buena suya. Hubo algún siseo en contra de la banda de música en algunas de las pausas sonoras del pasodoble. Ni tan desmesurado regalo bastó. El Cid estuvo en el saludo de capa con ese sexto todavía más ligero y titubeante que después de brindar casi desde los medios ese toro que tan pronto empezó a írsele.
El toro salvó no poco el papel del ganadero, que no tuvo tampoco excesiva fortuna. El quinto, de hechuras infalibles en la ganadería -cuello poderoso, finos cabos, acapachado-, se estrelló contra un burladero nada más salir y reclamado imprudentemente por una punta de capote mal sacada. En el remate se tronchó el cuerno derecho por la cepa y fue devuelto. El cuarto fue toro de notable galope y buen estilo, pero enterró los pitones en la arena antes de banderillas hasta tres veces, salió roto de un primer puyazo mal medido y, aunque galopó todavía después, ya vino a hacerlo con melodía menor. Fue toro posible pero tampoco Rincón le acabó de encontrar la media, el aire ni el sitio. Ni el pulso, porque la amenaza de claudicar del toro al emplearse por abajo exigía justamente temple clásico. Y no lo hubo.
Tercio flojo
Los otros tres toros de Cuvillo dieron pocas alegrías al ganadero, al gentío y a los toreros en general. El sobrero que entró en el primer turno de Rincón sacó cosas de manso encastado y violento. Rincón se empeñó en faena trabajosa y desordenada. El segundo, flacote, estrecho y mal rematado, fue de una sosería notable. Morante se empachó con él en cosas sueltas y caprichos diversos que no hicieron cuerpo ni tomaron vuelo porque el toro no daba sensación de peligro. El tercero, armado por delante, derribó e hirió a un caballo pero se dejó la chispa en dos varas. No fue mal toro.
Le pegó muchas voces El Cid en faena falta de fe. Morante, en fin, repitió fruslerías e invenciones de tentadero con un sobrero de Pereda, muy en Núñez, que sin terminar de romper, sí fue al menos pronto en la muleta. Morante le pegó demasiados pases de la misma manera en el mismo sitio. Aunque parecía pura refitolería, Morante se agarró al lomo del toro más de la cuenta. Pero había partidarios suyos y se animó a salir a saludar después de arrastrado el toro. Mal hecho.