«Si me dejan, vendo hasta el piso para poder jugar»
Antonio Olivero, de 52 años, destaca el papel de la familia en su recuperación
Actualizado:Las aguas están apaciguadas, pero no siempre fue así. El tormento de este funcionario se remonta a 1982, cuando comenzó su adicción. «Empecé prácticamente como cualquier jugador. Echas a una máquina y te toca un premio. Vuelves a probar una segunda vez y ocurre lo mismo. Así una y otra vez hasta que ves que pierdes más de lo que ganas, pero ya tienes una dependencia que te obliga a seguir jugando y a buscar dinero por donde sea para poder seguir el juego».
«La tarjeta de crédito no daba de sí. En más de una ocasión pides un crédito para hacer frente a lo que gastas en las máquinas», relata Antonio Olivero, de 52 años, casado y con hijas, quien vio cómo sucumbía su vida familiar, personal y labora. «Si me dejan, vendo hasta el piso para poder jugar», afirma rotundo.
«Hace cuatro años que me presenté en la asociación con la ayuda de mi mujer, y mi vida cambió dando un vuelco de 180 grados al poder tener un mayor diálogo con mi mujer y mis compañeros de trabajo», apostilla quien hoy sabe que la ludopatía es una enfermedad. Por eso, ahora no se permite jugar ni al dominó porque tiene que estar a la defensiva con el juego ya que a la mínima puede recaer. Antonio reivindica un mayor autocontrol en los salones recreativos y la eliminación de la publicidad que incita a las personas a jugar, como sucede con los sorteos.