Jerez

El ruidoso encanto de una decadencia señorial

Las mansiones de la calle Pedro Alonso desafían los bloques de fealdad funcional que las amenazan desde la otra acera

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Calle de porte señorial, Pedro Alonso languidece al mismo ritmo con el que las fachadas de los antiguos palacetes van perdiendo la pintura. Vieja vía que vivió tiempos de mayor prosperidad, años de mucamas, de cofias y señoritos de pantalón corto acompañados al colegio por criadas. Décadas de riquezas mantenidas por tierras y rentas, que se diluyeron como azucarillos entre disputas testamentarias. Calle de dos facetas, tan diferenciadas como las fachadas de sus aceras. Las mansiones de la acera izquierda desafían altivas a los bloques de funcional fealdad que se yerguen en la margen derecha.

Son los herederas de Pedro Alonso, quien poco podía imaginar que cinco siglos después de su muerte, su nombre bautizaría a la calle donde vivió y murió. Cuando las Angustias, Sol y Molineros no eran más que un pedregal de extramuros, el rico tendero Pedro Alonso era el fiel de alhóndiga de Jerez, cargo que le confería la responsabilidad de controlar las existencias de los almacenes de grano de la ciudad.

Al morir sin descendencia, su testamento estipuló el reparto de todas sus riquezas entre los más desfavorecidos de la ciudad, que le honró con su recuerdo.

La mirada del paseante reposa ahora en la tranquilidad y distinción que rezuman las viejas casas, sin reparar en que están sostenidas por vigas roídas por el tiempo, que todavía mantienen su apariencia por una providencial mano de pintura, aportada por un favor, una promesa de pago incumplida o un postrer intento de guardar las apariencias.

El gesto de paz del viajero se muta rápidamente en irritación al volver la mirada a la calzada, cuando se percata del caos del tráfico ensordecedor, cuyo estrépito se amplifica por unos adoquines que se niegan a ser enterrados en asfalto, como ocurrió en calles hermanas como Molineros, Sol, Granados o Mariñíguez.

«Recuerdo que cuando era pequeño, pasaba un coche cada diez minutos, pero ahora he tenido que poner cristales dobles en mi casa porque es imposible mantener una conversación con el ruido», relata Sebastián Jiménez, vecino de la calle y propietario del único bar de Pedro Alonso, el Bar España.

Parroquia fija

El ambiente del bar es acogedor. Alejado de los atractivos turísticos, es un local de clientela fija, de esos en los que parroquia y hostelero se conocen con nombre y apellidos, y apenas es necesario un gesto del cliente para que Sebastián sepa qué debe poner sobre la barra.

Aunque el establecimiento acaba de cumplir su segunda década de vida, Sebastián Jiménez lleva mucho tiempo trabajando en el barrio. «Comencé en el Bar el 27, en las Angustias esquina con Molineros, pero después de nueve años, decidí establecerme por mi cuenta aquí en Pedro Alonso», narra el propietario del bar.

«Esta calle siempre fue señorial; los Domecq, los Chávarri o los Ruiz-Mateos vivían aquí, pero el problema es que los jóvenes no tenían ni un duro y no podían mantener las casas», relata Sebastián Jiménez, que recuerda nombres que poblaron su infancia, como el de Jeromito, que poseía multitud de tierras y que habitaba una de las casas situadas frente al bar.

Memoria

La leyenda de Pedro Alonso impregna la memoria de sus vecinos. «Esta era una de las calles más señoriales de Jerez, junto con la calle Caballeros, donde vivían muchas de las familias más adineradas», recuerda «Moreno de Jerez», tarjeta de presentación de un matador de toros retirado, vecino del Barrio de San Miguel, y que a pesar de las inclemencias de la salud, a sus 76 años conserva inmaculada toda su estampa torera, como cuando acompañaba en el paseíllo a Fermín Bohórquez.

La mirada se le nubla cuando recuerda el «cochecito lerén» de la plaza de las Angustias, un tiovivo tirado por un caballo al que todos los niños miraban con la envidia sana de la infancia, mientras sus madres iban a buscar alpargatas a Calzados Valero.

Los años han ido mutando el paisaje urbano y humano de Pedro Alonso. Las casas señoriales fueron vendidas o abandonadas, aunque algunas fueran recuperadas de forma magnífica, como recuerdan los asmáticos pacientes del doctor Rubio.

Los ecos de las tablas de multiplicar y los juegos de recreo ya no resuenan en la calle. En la memoria de las alumnas salesianas, todavía reside el recuerdo del colegio situado en el número 16 de la calle, en la encrucijada de la Cruz Vieja, primera sede de la congregación en la ciudad, antes de que se trasladara a Montealto.

La confitería en la que compraban las alumnas ha sido pasto de la piqueta, pero la estampa misteriosa de la anciana que vivía encima de la tienda sigue estremeciendo el recuerdo de las antiguas salesianas.

Cambios positivos

No todos los vecinos piensan que el paso del tiempo ha sido negativo. «La calle ha ido cambiando, y mientras que antes estaba muerta, ahora tiene mucha más vida, gracias al hotel y al tráfico», sostiene Felipe Álvarez Salguero, vecino de Pedro Alonso y parroquiano del Bar España.

El Hotel El Coloso es uno de los establecimientos emblemáticos de la calle. Fundado en 1968, cuando sólo había cuatro coches mal contados aparcados en batería a lo largo de la calle, ha ido creciendo como un esqueje que se convierte en árbol, hasta enraizarse firmemente en el barrio, convirtiéndose en un complejo de habitaciones y apartamentos que han dado un nuevo fulgor a la vía.

Nuevos negocios abren otras perspectivas de futuro en una calle de poco fulgor comercial, como por ejemplo, Uri Jacobi, de alfombras árabes, o la que regenta David Saldaña, especializada en maquetas, aeromodelismo, coches de radio-control y venta de puzzles.

«Esta es una calle de paso, no comercial, pero tenemos un público muy específico que viene directamente a nuestra tienda», reconoce Saldaña, que señala que «ha habido varias tiendas de ropa, pero no han tenido éxito alguno».

El pasado y el futuro se dan la mano. Calle de paso entre la tradición y la modernidad, Pedro Alonso busca su sitio en un centro acosado por el tráfico.