Sociedad

25 años de transbordadores

El despegue del 'Columbia' marcó el 12 de abril de 1981 el inicio de la era de las naves espaciales reutilizables, un concepto en crisis desde el accidente catastrófico de hace tres años

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El primer transbordador espacial despegó de Cabo Cañaveral hace 25 años. A bordo del Columbia, viajaban dos astronautas: John W. Young, que había caminado por la Luna en 1972, y Robert L. Crippen. La nave recorrió en su vuelo inaugural 1,7 millones de kilómetros antes de aterrizar en la base de la Fuerza Aérea de Edwards, en California, el 14 de abril de 1981. Empezaba una nueva era en la historia de los viajes tripulados, caracterizada por la reutilización de las naves. Veintidós años después, la desintegración del Columbia cuando volvía a casa y la muerte de sus siete tripulantes marcó el principio del fin del transbordador espacial.

La idea de un vehículo reutilizable fue propuesta por los técnicos de la NASA a finales de los años 60, con Richard Nixon en la Casa Blanca. El objetivo era abaratar costes y pronto tomó cuerpo que debía de tratarse de una nave que despegara como un cohete, actuara en órbita como una estacion espacial y aterrizara como un avión. El resultado final fue el Sistema de Transporte Espacial (STS), compuesto por un orbitador -el transbordador-, un tanque externo de combustible de un solo uso y dos propulsores de combustible sólido reutilizables.

La tragedia

El punto flaco fue, desde el principio, el blindaje. Debía proteger a los astronautas de morir achicharrados durante la reentrada en la atmósfera, cuando la panza de la nave alcanzaba los 1.400º C, y estaba formado por más de 24.300 losetas de cerámica. La NASA quería que su sistema funcionara como el de las líneas aéreas, que, después de una revisión técnica, la nave estuviera preparada para despegar dos semanas después de haber aterrizado. La realidad demostró que debían pasar meses entre el aterrizaje de un transbordador y su regreso al espacio. Después de cada misión, había que sustituir cientos de losetas térmicas para garantizar la integridad de la nave y someter sus motores a complejas reparaciones.

Desde el 12 de abril de 1981 hasta el 25 de agosto de 2005, cuando acabó la hasta ahora última misión de un transbordador, estas naves han realizado 114 misiones, menos de cinco al año de media. Y dos vuelos han resultado catastróficos. Hace veinte años, el 28 de enero de 1986, el Challenger explotaba 73 segundos después del despegue por una fuga en uno de los propulsores de combustible sólido. Murieron sus siete tripulantes -entre ellos, la primera mujer civil que iba a salir al espacio, la maestra de escuela Christa McAuliffe- y el programa fue suspendido hasta el 29 de septiembre de 1988. El comité de investigación puso en tela de juicio los métodos de contratación y control de calidad de la NASA.

Los transbordadores volvieron a volar, pero sólo en 1992 y 1997 llegaron a cumplir ocho misiones al año. Eran una herramienta fundamental para la puesta en órbita de satélites y observatorios astronómicos como Chandra, el mantenimiento del telescopio espacial Hubble y el lanzamiento de misiones interplanetarias como Galileo, Ulises y Magallanes. El primer astronauta español, Pedro Duque, voló en el Discovery en 1998, en la misma misión en la que volvía al espacio un septuagenario John Glenn.

Los vuelos de la flota -compuesta por el Columbia, el Discovery, el Atlantis y el Endeavour- dejaron poco a poco de atraer la atención. Los despegues y aterrizajes eran ya algo casi rutinario, y sólo se televisaban excepcionalmente. Y en octubre de 1998 comenzó la construcción de la Estación Espacial Internacional (ISS), imposible sin las naves de la NASA y su capacidad de carga de hasta 22,7 toneladas: era una pieza fundamental de un proyecto discutido por su elevado coste, cifrado hace un año en 100.000 millones de euros, y cuestionable valor científico.

El programa en la picota

Nadie contaba con que ocurriera lo que sucedió el 1 de febrero de 2003. Tras el desastre del Challenger, la NASA había estimado en un 1% la probabilidad de un accidente fatal. El vuelo 113 echó por tierra esos cálculos. El Columbia estalló sobre Texas debido a los daños sufridos en su blindaje durante el despegue por el choque de piezas de aislante desprendidas del tanque de combustible externo. Murieron sus siete tripulantes, y la flota quedó atracada en tierra. El mantenimiento de la ISS pasó a depender de los veteranas naves rusas y la construcción del complejo se paralizó, ya que sólo el transbordador puede poner en órbita módulos como el laboratorio europeo Columbus.

El vuelo de prueba del Discovery del verano pasado tenía que ser el preámbulo del regreso a la actividad. No fue así. El tanque externo de combustible perdió varias piezas de revestimiento durante el despegue y, una vez atracada la nave en la ISS, se descubrieron desperfectos peligrosos en el blindaje de la panza, bajo el morro. El astronauta Steve Robinson los reparó en un paseo espacial histórico desde lo alto del brazo robot de la estación. Nadie había hecho jamás algo parecido. El Discovery regresó sin problemas, pero quedó patente que el sistema no era seguro. La NASA anunció en agosto de 2005 que la era de los transbordadores tenía fecha de caducidad: cuando se acabe la construcción de la ISS. Las naves espaciales tripuladas serán, a partir de ese momento, más parecidas a las del proyecto Apollo, con cápsulas en lo alto de grandes cohetes, que al estilizado transbordador de la PanAm de la visionaria 2001, una odisea del espacio.