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LA GLORIETA

Elogio del turista

MABEL CABALLERO/mcaballero@lavozdigital.com
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Es, casi con toda seguridad, la profesión más denostada de nuestros días, si exceptuamos a los periodistas. Los turistas son seres sacrificados y muchas veces vilipendiados. Se les acusa de delitos tan peregrinos como llevar sandalias con calcetines (bueno, Julio Iglesias puso de moda los mocasines sin calcetines y eso, con perdón, sí es una cochinada). También de que se ponen muy rojos (sic) o de que son unos tacaños y no consumen lo que tenía que consumir. A mí personalmente me dan mucha pena, sobre todo porque también he sido turista y de las peores, de esas que volvía de Egipto con 4 imágenes de Nefertiti de escayola pintada, tres papiros falsos y un narguile que nunca usé, entre otras razones, porque no fumo.

En su defensa tengo que decir que se preocupan más por el mantenimiento del patrimonio que nosotros mismos. Yo, al menos, les veo que se afanan en las terrazas de San Juan de Dios o de la Catedral, consultando su mapa como Adolf Hitler miraba los suyos poco antes de que todo cayera en manos de los rusos (la comparación no es muy afortunada, pero sí bastante gráfica).

En fin, ¿por qué renegar de esta gente con la que vamos a tener que convivir el resto de nuestra vida? Los hay, incluso, que hacen denonados esfuerzos por pasar desapercibidos: ellas, hiper delgadas, con sus pantalones piratas y sus camisas de tonos pastel; ellos, disimulando la panza bajo un niki de Lacoste y con sus gafas Armani. Al menos tienen el detalle de no vestirse de camuflaje, como si fueran parientes de Harrison y Calixta, escapados de la sexta entrega de Indiana Jones.