El jefe mafioso Bernardo Provenzano es protegido por agentes de la Policía a su llegada a la comisaría de Palermo. / AP
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«No sabéis lo que estáis haciendo»

Una frase de Provenzano, el 'capo' de la Mafia detenido el martes, desata los temores a que el vacío de poder abra una guerra interna en Cosa Nostra

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Lo llaman efecto paradoja, según explicó ayer el fiscal adjunto de Palermo, Guido Lo Forte: «Es una vieja idea según la cual la captura de algunos jefes, especialmente potentes, puede dañar a la sociedad porque desde ese momento falta quien garantizaba el equilibrio y la moderación en Cosa Nostra». La pregunta de quién sucederá a Bernardo Provenzano, detenido el martes después de 43 años de fuga, no es curiosidad, sino temor real ante la posibilidad de que se desate una guerra interna de clanes por el poder o haya un cambio de estilo. Tras la salvaje guerra al Estado de Totó Riina, Provenzano impuso la vuelta a la discreción, pero esa época podría haber terminado. Una de las frases que habría dicho el gran capo a los agentes que le arrestaron ha aumentado la inquietud: «No sabéis lo que estáis haciendo, no podéis ni imaginar el daño».

La Policía sitúa a dos mafiosos como posibles sucesores de Provenzano. Matteo Messina Denaro, de 43 años y desaparecido desde hace doce, es un peligroso y excéntrico jefe de la familia de Trapani. Algunos arrepentidos le sitúan como el número dos de Provenzano. Forjado en los años duros de Riina y considerado combativo, dicen que viaja en un Alfa Romeo equipado con metralletas y también estaría enfermo. El otro lugarteniente es Salvatore Lo Piccolo, de 63 años y huido desde 1983, jefe de los clanes palermitanos. Él, en cambio, pertenece a la vieja guardia y como hombre crecido a la sombra de Provenzano se le atribuye un carácter más moderado.

Técnicas de lucha

Entretanto, mientras se gesta una nueva leyenda, la de Bernardo Provenzano se sigue redondeando con su detención. Como una ironía de la suerte, el capo de tutti i capi estaba leyendo el libro de técnicas de lucha contra la Mafia que escribió el capitán último, nombre en clave del agente que detuvo en 1993 a Totó Riina.

Es un rasgo habitual de la fisonomía mafiosa: les encantan sus propias historias, el mito en el que viven y respiran. Provenzano tenía además cinco biblias en su escondrijo, detalle que ayer escandalizó a varios obispos, pero no es ninguna novedad. También llevaba tres crucifijos encima. Los hombres de honor son gente religiosa, apegados a la imaginería barroca y a las madonnas. No es raro que se muevan con rosarios y estampitas, y hasta cada familia llega a tener sus propios patrones. De hecho, Provenzano ha vivido durante décadas, y sobre todo desde que asumió el poder en 1993, como un auténtico asceta. Disciplinado en sus movimientos y cuidadoso hasta extremos inhumanos, vivía en un continuo sacrificio. Era como un animal muy peligroso, pero condenado a vivir enjaulado, que sus más estrechos familiares alimentaban cuando podían. Ayer fueron detenidos tres parientes, parte de esta red casera de abastecimiento y contacto con el mundo: dos pastores y un sobrino, los tres vecinos de Corleone. «Vivía bajo asedio y sólo le quedaba la familia», dijo ayer uno de los magistrados que han dirigido la operación.

Sin embargo, en torno a él, desde la minúscula cabaña en donde fue detenido, reina una veneración inquebrantable. Los policías que le rodeaban el martes al llegar a la comisaría de Palermo, como si llegaran de una cacería, esgrimían como un trofeo un extraño palo de madera, acabado en un disco. Se ve en algunas imágenes. Era el bastón de Bernardo Provenzano, un instrumento que se suele usar para elaborar la ricotta, el delicioso requesón italiano. Como su dueño, aparentemente inofensivo, ese pedazo de madera representa el poder y el terror. Han caído 420 personas antes que él para capturarle. Nadie le ha traicionado.