Costalero por dentro
Actualizado:Costalero por dentro, pero nazareno por fuera. Así se sentía un amigo mío, al que quiero dejar en el anonimato, porque estoy seguro que es lo que él desea. Le había entregado todo al Señor; por darle, incluso su físico le había ofrecido. Ya no podría ser más costalero en su vida, y desde que el médico se lo confirmó, apenas podía conciliar el sueño pensando en el día que su hermandad hiciera estación de penitencia.
Desde hacía más de veinte años, no sabía hacer otra cosa que llevar a su titular sobre los hombros. Se sabía las calles de la ciudad de memoria, había estudiado al milímetro cada compás de una trompeta, cada silencio de una recogía. Sabía que en gran parte, él era el culpable de que ahora todo el mundo estuviera enamorado de la mirada de su Cristo.
Pero le llegó su hora. A sabiendas de que no podría ser más costalero, se afanó en poder al menos salir de nazareno y se peleó con su propio cuerpo para poder llegar puntual a la cita. Y llegó. Cerca de Él estuvo todo el camino, compartí con él miradas cómplices, a veces preocupadas, sin girar el rostro, sufriendo por no poder ser él mismo quien estuviera cargando con el peso de ese Bendito Trozo de Madera.
Me acerqué a él cuando acabé mi relevo. Quería que fuera el primero en abrazar, para que de alguna manera se sintiera costalero de nuevo. Así se lo dije, mientras que llorando me sacaba una estampa del bolsillo y se la acercaba al antifaz, para que viera la mirada de su propio Señor, más misericordiosa que nunca.
A mi gesto, simplemente se llevó la mano a los bajos de la túnica, y se la levantó, dejando a la vista un pantalón blanco inmaculado, y unas alpargatas de esparto, las que durante más de dos décadas le acompañaron. No entendí el gesto, pensé que se había metido bajo el paso, que se había vuelto a jugar su propia salud. Me miró como quien mira a un hijo, porque de hecho, de alguna forma, eso soy debajo del paso, y me explicó tranquilo. "No puedo sacar más al Señor, Pepe, eso es imposible. Pero siego siendo costalero. Voy fajado bajo mi túnica. Soy un costalero por dentro, pero un simple nazareno por fuera".
Y me dio un beso, dejándome de nuevo a los pies de mi Señor, sin saber que ese gesto yo jamás lo olvidaré en mi vida.