«Todos somos disidentes al menos una vez al día»
Con 81 años recién cumplidos, está considerado el maestro del relato
Actualizado: GuardarAcaba de cumplir 81 años, ya tiene cuentos nuevos y prepara un libro que rondará las 300 páginas, pero su editor le prohíbe desvelarlo. El maestro del cuento prepara su gran obra.
-Hay editores que viven del cuento y hay escritores, como usted, que viven para el cuento. ¿Cómo sobrevive?
-Yo diría más bien que hay editores que podían vivir, y dejar vivir, del cuento, y no lo hacen por falta de ideas o de sensibilidad. En cuanto al escritor ni sobrevive escribiéndolos ni sobremuere tampoco. Está destinado a que, en el mejor de los casos, dos, tres, cuatro cuentos suyos pasen de una antología a otra cuando Dios quiera. ¿Quién ha oído hablar del argentino Conrado Nalé Roxlo, que tiene cuentos tan extraordinarios como Meridiano local? Es un privilegio hacer lo que uno quiere y no me importa que mi posteridad sea más o menos sonora.
-¿Escribir es obedecer al destino?
-Creo que sí. No he dejado de hacerlo desde los ocho años y, aunque también soy catedrático de Universidad, escritor es lo que he sido toda la vida. Por cierto que a los estudiantes les vendría muy bien que hubiera más escritores vivos en las Universidades, en vez de estar en ellas después de muertos.
- ¿Es usted un escritor de culto, como le definen sus discípulos?
- No. Ellos me ven así. Yo me he limitado a ser fiel a mí mismo y a hacer las cosas lo mejor que sé, sin permitirme nunca negligencias.
- Sus cuentos parten de lo que pasa por la calle. ¿Qué relato podría escribir sobre la España actual?
-Un cuento en el que Democracia fuera una niña de cinco años, a la que sus padres -ella nació en España, de padres extranjeros poco de fiar (no griegos)-, llevan a la escuela, al Instituto y a la Universidad. Hecha una mujer sabia, impone su rectitud, su buena voluntad y la dignidad de su nombre, metiendo en la cárcel a sus padres, para empezar la limpieza y les prohíbe, en la prisión y fuera, usar su nombre como un comodín.
-Mientras en la España de los años 50 predominaba la novela, usted no transigió. ¿Se sintió solo?
-Hice teatro con éxito, pero ver la obra que has escrito en un escenario requiere las manos y las manazas de un batallón de gente y la obra, en realidad, es lo que menos importa, hasta la mismísima noche del estreno. Eso no me gustaba. Desde los 16 años había escrito narraciones que, según los que las conocían, eran muy personales. Un día me puse a trabajar en un cuento: No sé lo que tú piensas. Estuve 15 días con él en el bolsillo, leyéndolo una y otra vez, quitando y poniendo, en el Ateneo, en los cafés, por donde quiera que iba. Y, una vez acabado, entusiasmó a varios plumíferos amigos. Un día, Sastre me dijo: «¿Vas a hacer cuentos? Los cuentos parecen tener menos importancia y dan poco nombre y poco dinero al que los hace». «Eso no me importa», le dije. «Me gusta escribirlos y, además, no son fáciles de hacer».
-¿Por qué no cede a la ingeniosidad a destiempo o a la blandenguería?
-Demos, una vez más, crédito a Borges. Él decía que, en el cuento, había que sacrificar lo superfluo en aras de la eficacia. Y, desde luego, el escritor que asoma la oreja, sin justificación alguna, en el relato que está escribiendo, por puro afán de protagonismo, para que el lector note que él está ahí, hará un mal cuento.
-De usted se dice que es un «observador minucioso, tierno e incisivo». Algunos le clasifican entre los «disidentes», otros como «un francotirador»... ¿Es un Robin Hood?
-Creo que soy más francotirador que disidente, aunque, tal y como está el mundo, quiero pensar que todos somos disidentes por lo menos una vez al día. No se puede estar de acuerdo con tanta mentira, tanto egoísmo y tanta bazofia politiquera pisoteando, con el mayor cinismo, la buena voluntad de muchos. En cuanto al robin (petirrojo) que vive en mi jardín, lo hace mejor que yo y me recreo en ver que es inimitable.
-Termine la entrevista con un final de cuento...
-Llaman a la puerta. Bajo a abrir y no hay nadie. Oigo una lejana algarabía en las nubes y miro. Una bandada inmensa de pájaros se dirige al sur. No puedo irme con ellos, pero les doy las gracias por haberse acordado de mí cuando pasaban.