Ignacio Espeleta y la 'Operación Karlos'
Actualizado:Si hasta el pebetero constitucional de la Plaza de España de Cádiz termina apagándose a bote pronto, ¿qué decir de nuestro I + D particular, la Industria que no existe, el Desarrollo que no fue, la Indecencia que no cesa y el Descaro que se premia con prebendas y pelotazos? Cuenta la leyenda que Federico García Lorca acompañó a Ignacio Sánchez Mejías y a su amante, La Argentinita, para realizar el casting del espectáculo Las Calles de Cádiz. Uno de los fichajes se llamó Ignacio Espeleta, al que la mitología atribuye la creación del tirititao, en un onomatopéyico remedio al olvido de la letra en el inicio de las alegrías: «Y usted, Ignacio, ¿en qué trabaja?», le inquirió el poeta. «¿Trabajar yo? -repuso-. ¿Yo soy de Cádiz!».
Ignoro a cuento de qué, sepulcros blanqueados, mueve a escándalo el asunto de la compraventa de incapacidades permanentes, cuando fue el Estado el que nos enseñó alguna que otra lección de picaresca cuando resolvió parte de la reconversión naval de la Bahía poniéndole sordera, que no sordina, a media plantilla excedente de los astilleros. La provincia gaditana ya ni siquiera está a la cabeza del paro: Huelva nos ha adelantado quizá por un quítame allá esos emigrantes en Castellón. Pero a sordos y a invalideces permanentes no hay quien nos eche un galgo.
Ahora, nos rasgamos las vestiduras con ese aquel de las facturas falsas y la incuria de ciertos médicos multiplicando a la enésima potencia el número de prejubilados por estas tierras: ¿por qué, entonces, guardábamos silencio cuando se contrataba a mano de obra sin contrato en los boliches clandestinos que sostuvieron en gran medida el boom de la industria de la piel de Ubrique? El asunto que ahora incumbe a médicos, funcionarios del SAS, a una famosa consorte, a dos ex jefazos de las policías locales y a un empresario con nombre de cantaor, no es más que la cabeza del iceberg de una desvergüenza pícara y tartanera que ha permitido que Cádiz sobreviva a base de economía sumergida y plusmarcas de jetas en adobo. ¿O es que nos acordábamos cuando revendíamos carne podrida a África, desde unas naves de la Zona Franca que, en su conjunto, también acabó zarandeada por la sombra de la mala gestión o, cuanto menos, de la corrupción? ¿O es que en la misma provincia en la que se detiene a los sin papeles no levantamos sin un solo papel ese emporio llamado Montenmedio? ¿Cómo se construyó el Circuito de Velocidad de Jerez del que ahora nos sentimos tan orgullosos? En La Verja, los gorrillas le cobraban peaje a los guiris con cupones de la Once caducados, antes de permitirles pasar a Gibraltar. La naviera Isnasa llegó a tener en su plantilla a un torero que apoderaban los propietarios de dicha compañía. ¿Por cuánto nos va a salir a los contribuyentes la aventura del Gil pasada por el PP en La Línea de la Concepción o la de los Independientes Portuenses de Impulsa en El Puerto?
Por muchos indigentes que usaran los de la Operación Halcón para crear empresas pantallas con las que falsificar facturas en Ubrique y por muchas apresuradas conexiones que su competencia electoral quiera buscar entre la Operación Karlos y Pedro Pacheco, ambos casos son un cagalástima de lo ocurrido en Marbella. Pero, desde luego, se mantiene a la misma e indiscutible altura de los trapicheos, corruptelas y corrupciones que Cádiz viene viviendo desde que Fernando VII le revendió a Raimundo todos los ejemplares de la Constitución de 1812 cuyo pebetero no alumbraba a mediodía de ayer: mala noticia, por cierto, para una tierra tan precisa de luz y de taquígrafos.