Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizActualidad
La Policía italiana fue actualizando con técnicas informáticas a través de los años la única imagen que poseía de Bernardo Provenzano, captada en los cincuenta cuando el mafioso estaba a punto de cumplir su servicio militar. / EFE
MUNDO

Detienen al jefe supremo de la Mafia siciliana tras cuatro décadas de persecución

El rostro de Bernando Provenzano constituía un misterio hasta el momento de su arresto

ÍÑIGO DOMÍNGUEZ/CORRESPONSAL. ROMA
Actualizado:

Las dos noticias del año en Italia, ambas históricas, en el mismo día. Bernardo Provenzano, el jefe supremo de la Mafia siciliana desde 1993, buscado desde hace 43 años, fue detenido ayer en las afueras de su pueblo, Corleone, como si nunca hubiera salido de allí. Estaba en una casucha miserable, uno de sus muchos escondrijos de fortuna en una tierra donde puede contar con una red infinita de hombres fieles. Le ha traicionado el rastro de un paquete de ropa limpia salido de su casa, donde todavía vive su mujer, llevado por una cadena de distintos portadores hasta este paraje solitario. La Policía vio cómo se abría una puerta y sólo asomaba un brazo. Provenzano no se mostraba nunca a nadie, pocas personas lo han visto en estas últimas décadas y podía pasar meses sin ver la luz del día. «Luego cuando sale está blanco como la leche», relató Giovanni Brusca, famoso arrepentido, en 1996. Esta vez la Policía no ha usado confidentes ni soplos, lo ha atrapado con paciencia «al viejo estilo», vigilando su casa durante años, siguiendo sus correos, «en una tierra donde es más fácil encontrar un enemigo que un amigo», según contó ayer uno de los fiscales de Palermo, Giuseppe Pignatone.

Cuando llegó a la comisaría central de la capital siciliana, a las tres de la tarde, en medio de una gran expectación, le esperaba una multitud curiosa que ansiaba ver a un fantasma. Entre gritos de «¿Bastardo!» y «¿Disonore!» (deshonor), entre agentes con pasamontañas que levantaban los brazos haciendo con los dedos el gesto de la victoria, en medio de una agitación de policías nerviosos y una excitación extraordinaria, el coche se detuvo. La emoción civil de una tierra que sufre desde hace un siglo el cáncer devastante de Cosa Nostra estaba a punto de estallar ante un momento esperado desde hace décadas. Se abrió la puerta y un hombrecillo de pelo canoso bajó del coche. Era Bernardo Provenzano. Era la primera vez que se sabía qué cara tenía.

Avejentado

Ese señor avejentado, que podría ser uno de tantos campesinos silenciosos de Sicilia, es La Belva (la Bestia), es u Tratturi (el Tractor). Es el último del temible trío de los Corleoneses, tras la muerte de Calogero Bagarella en un tiroteo en 1969 y la detención de Totó Riina en 1993. Los tres amigos se forjaron como un grupo de sicarios en los 50, cuando Corleone, como otros míseros rincones de la Sicilia de la posguerra, era un pueblo pobre y sin futuro. El amo de Cosa Nostra era y ha sido siempre casi un analfabeto, un ser primitivo de crueldad ancestral. Un hombre de otra época. Desconfiaba de los móviles y seguía prefiriendo como sistema de comunicación pasar papelitos, los pizizni, hechos una bola. Escribía órdenes, enviaba besos a su familia.

Aprendió el oficio con Bagarella y Riina a las órdenes de un jefecillo local, Luciano Liggio, para quien eliminaron de doce tiros al cacique de la zona, el doctor Michele Navarra en 1958. Liggio apreciaba a los chicos, pero nunca hubiera pensado que Provenzano fuera quien más lejos llegara: «Dispara como dios, pero tiene el cerebro de una gallina», decía de él. Era el más sanguinario y se le atribuye haber matado a varios hombres con sus propias manos. Entre las mil historias novelescas de la biografía de Provenzano, la del día que murió su amigo Bagarella es una de las más impresionantes. Los tres matones fueron a liquidar a Michele Cavataio, un capo rival que no se sometía a su hegemonía, disfrazados de policías. Arriesgaron, porque el edificio estaba muy vigilado, pero entraron en su despacho y abrieron fuego sin mediar una palabra. Cavataio tuvo tiempo de reaccionar y al disparar por debajo de la mesa mató a Bagarella. Se desplomó en el suelo, pero en realidad estaba vivo y se hizo el muerto. Provenzano, con su amigo muerto a su lado y con sus enemigos a punto de entrar en la habitación tuvo la sangre fría de registrar los calcetines de Cavataio. Buscaba, como él mismo haría años después, papelitos con nombres de cómplices. Mientras lo hacía, notó que Cavataio se movía y allí mismo le machacó la cabeza a golpes de revólver. Luego, lo remató a tiros.

Pero Provenzano, mortal y de pocas luces, siguió a la sombra de Riina, mientras el clan de los Corleoneses se adueñaba de Sicilia, de Italia. Ante ellos hubo ciudadanos heroicos, a los que Italia nunca agradecerá suficientemente sus servicios.

Imparable

La Mafia en esos años fue imparable: controlaba la droga, la construcción, las adjudicaciones públicas, eliminaba a políticos, magistrados, periodistas y funcionarios. Totó Riina fue detenido en 1993, pero aún no se ha aclarado por qué pasaron 18 días hasta que los agentes fueron a registrar su casa.

Provenzano tomó el mando y optó por cambiar a una estrategia acorde con su carácter. Provenzano es un superviviente. La Mafia invisible se ha llamado este fenómeno, una mafia igualmente presente, pero que no hacía ruido ni ponía bombas y hasta parecía que ya no existía. Pero era igual de fuerte que siempre, e incluso más peligrosa. La Mafia invisible estaba dirigida por un fantasma. Su única foto es la tomada para el servicio militar, que muestra a un mozo endomingado. Después, la Policía ha vivido de retratos robot.

Diálisis en Palermo

La sombra de la protección política ha vuelto a asomar varias veces, cuando la Policía ha llegado sólo unos minutos más tarde al lugar donde acababa de estar. Han detenido a su mujer, a su yerno, a sus tíos, a su contable, a sus lugartenientes. La Policía sabía que Provenzano estaba enfermo y se sometía a diálisis en clínicas de Palermo. Hoy sigue habiendo muchos políticos acusados y procesados de complicidad con la Mafia.

Ayer, la Policía derribó una puerta y se encontró a un anciano de 73 años, con tres crucifijos al cuello, junto a una máquina de escribir, suficiente para gobernar la Mafia con una palabra. «¿Es usted Bernardo Provenzano?», le preguntaron. Él se limitó a abrir los brazos con cansancio, después de 43 años. Alguien, en algún lugar de Sicilia, ya ha tomado el mando.