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DELANTE DEL AYUNTAMIENTO. El paso con la talla de Jacinto Pimentel, poco después de pasar por la «mítica» calle Nueva. / F. JIMÉNEZ
CÁDIZ

Señorío, belleza y arte desde la iglesia de San Agustín

La última hermandad del día cerró una espléndida jornada cofrade dejando su especial impronta y ese sabor añejo que tanto la identifica

MAYTE HUGUET/CÁDIZ
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Seriedad, belleza y arte. Tres calificativos que definen a la cofradía de Humildad y Paciencia y Nuestra Señora de la Amargura. Desde antes de la salida procesional, los hermanos esperaban en el interior de la iglesia de San Agustín con un exquisito respeto a las imágenes titulares de la hermandad.

Una hora antes de la salida procesional, y debido a las reducidas dimensiones de la parroquia, las secciones de penitentes se formaban en un local cercano al templo. Pero a las 19.30, puntual a su cita con los gaditanos, la cruz de guía de la cofradía salía a la plaza de San Agustín. Los cofrades y simples aficionados a la fiesta, necesitaron subirse a la farola para poder contemplar las salidas del paso de misterio y de palio.

Mientras las secciones de penitentes iban tomando la calle San Francisco en dirección a la calle Isabel la Católica y a la plaza de la Catedral, en el interior de San Agustín tomaban posición la junta de gobierno y el director espiritual de la cofradía y párroco de San Agustín, Julián Fernández López-Terrada.

Los cargadores del paso de Cristo prepararon con excesivo cuidado la salida de la iglesia, debido a la estrechez de la puerta. Aún con la luz del día, la bella imagen de Jacinto Pimental salía del templo con la candelería encendida acompañada por la agrupación musical Hermanos Cirineos.

Desde Nueva Zelanda

Tras quitar las ruedas, los cargadores iniciaron el paso para realizar la estación de penitencia en la Catedral siguiendo los sones de la marcha Cristo de la Humildad y Paciencia. Y en la plaza, un grupo de deportistas de Nueva Zelanda miraban asombrados el paso de misterio. Nunca habían visto la Semana Santa, ni siquiera habían visionado reportajes en televisión, aunque conocían de la existencia de la fiesta y de su importancia. No entendían el por qué de la devoción a las imágenes, aunque reconocían que eran una obra de arte digna de admirar.

Una vez que el paso del Cristo de la Humildad y Paciencia tomó la calle San Francisco, comenzaron a salir los penitentes que acompañaban a Nuestra Señora de la Amargura. Alrededor de la imagen de la Virgen, los cargadores de la cuadrilla de Amargura se abrazaban antes de iniciar la salida procesional. Algunos, incluso, no podían contener las lágrimas. Lágrimas que también fueron derramadas por Gema Gómez, una hermana que falleció con tan sólo 23 años por una insuficiencia cardiaca y que también era hermana de la archicofradía de Columna.

Junto al altar, la imagen de la Virgen fue trasladada a ruedas hasta la puerta de la parroquia de San Agustín con la candelería delantera y las caracolas encendidas. Ya en la plaza, la cuadrilla de cargadores dirigidas por Juan Manuel Manzano, prepararon el paso al son de la marcha Amargura interpretada por la banda de música de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Rota.

Con maestría y solemnidad, la imagen recorrió la calle San Francisco acompañada por numerosos cofrades que crecían en número según se iba acercando el paso de palio al primer templo diocesano.

Catedral, Candelaria, Palillero, en definitiva, cualquier enclave de la carrera oficial fue idóneo para contemplar el paso de esta pontificia corporación que culminó un espléndido Domingo de Ramos.