![](/cadiz/pg060409/prensa/fotos/200604/09/011D7CA-TEM-P1_1.jpg)
Con la bombona a cuestas
LA VOZ pasa una mañana con dos repartidores de butano, una labor dificultada por las últimas subidas en el precio del gas
Actualizado: GuardarNo se sabe muy bien por qué motivo los butaneros caen bien. Son de esos colectivos que han calado en la sociedad actual. Normalmente se les hace mención de forma más bien chistosa, pero el ser repartidor de butano siempre ha sido un trabajo duro y sacrificado, aunque ya casi trabajen con un artículo de lujo en lugar de uno de primera necesidad.
De un tiempo a esta parte el valor de la bombona o botella de butano no ha parado de subir. Su precio está actualmente en 12,35 euros. Cuando el envase naranja de gas licuado de petróleo de 12,5 kilogramos se colocó a 9,28 euros el 1 de abril del pasado año, los representantes de las asociaciones en defensa de los consumidores se echaron las manos a la cabeza.
Desde entonces las bombonas que reparten profesionales como Manuel Gallego o Antonio Vallejo han visto incrementado su precio dos veces desde el inicio de 2006. Un constante encarecimiento que ya ha llegado a ser calificado por Consumidores en Acción (FACUA) de «auténtico atentado» para las economías familiares. Las subidas, sin embargo, no se han notado en las ventas. «La gente gasta el mismo butano que antes. En invierno les suele durar una bombona unas dos semanas y en verano, un mes. Algo lógico porque en invierno las duchas se hacen con agua más caliente y por más tiempo que en verano», explica analíticamente Manuel, quien lleva 16 años repartiendo energía en envases naranja.
Su trabajo no es sencillo. Primero porque es autónomo. «No me puedo poner malo ni un día», apunta. Segundo porque carga todos los días con más de doscientas bombonas (la mitad llenas y la otra mitad vacías) de más de 25 kilos desde las ocho de la mañana a las siete de la tarde, haga frío calor o llueva. «Cuando te mojas lo pasas mal porque tienes que hacer toda la jornada empapado», comenta Antonio, quien trabaja para Manuel desde hace seis años.
Una tarea muy intensa físicamente que, sin embargo, no deja secuelas. «Al principio te duele todo el cuerpo, te dan ganas de dejarlo. Pero luego te pones en forma. Todo el que se retira con más de sesenta años está como una rosa», asegura Manuel.
Además de con las bombonas, los butanero tienen que cargar con su leyenda. «Hay muchos chistes sobre nosotros y es verdad que te pasan cosas curiosas. Las mujeres, sobre todo cuando están en grupo, empiezan con el cachondeo de métemela aquí o allí. Algunas salen a recibirte en ropa interior o cómo les pille y tu no sabes dónde mirar, pero de ligar nada de nada», relata Manuel.
Lo que les hace mucha menos gracia es cuando les piden subir las bombonas a los pisos altos sin ascensor. «Lo malo es cuando llegas y no te abren. Eso sucede a menudo. Te llaman por la ventana, te abren el portero y cuando estás arriba no te abren. Dan ganas de tirar la puerta», afirma Manuel, al que le acaba de suceder exactamente eso. Un trabajo duro, al fin y al cabo.