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ELEMENTOS PARA UN DEBATE

Cádiz 1812-2012, las crónicas de un espacio perdido

JUAN JOSÉ LÓPEZ CABRALES/HISTORIADOR DE ARTE
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En 1813 las autoridades sitiadas en la ciudad de Cádiz ordenaron llevar a cabo un padrón general. En el mismo, y como ya había sucedido desde mediados del siglo XVII, se realizaba manzana por manzana (Ysletta decían entonces) y casa por casa un recuento individualizado. Hombres, mujeres, niños, señalando su edad, estado civil, profesión y otras circunstancias. Tenemos así un negativo, desvaído como la tinta oxidada que aún sigue adherida a aquellos gruesos folios, de la vida que bullía en la ciudad. Un negativo que me ha revelado la sorpresa de que entre las 26 personas que habitaban el antiguo 166 de la Calle Compañía, la casa en la que yo vivo, se hallaban cinco diputados americanos que acababan de redactar la Constitución, y un tal Juan Egaña, de Vizcaya, con 40 años y, según se hace constar, sordo y simple.

Esta impresionante serie de personas que aparecen ante nuestros ojos casi como los vaciados de escayola de Pompeya transitaron las calles que con mínimas modificaciones conforman el casco antiguo de nuestra ciudad. Recientemente en Fitur nuestro Ayuntamiento ha apostado por potenciar nuestro pasado como elemento esencial del atractivo turístico de Cádiz. Incluso el máximo representante del Colegio de Arquitectos comparaba Cádiz con Venecia en cuanto al magnífico estado de conservación de la edificación.

Desgraciadamente he de disentir de tan autorizado criterio. Cádiz es histórica de fachada y a veces ni eso. Se están cometiendo demasiados destrozos en el interior de las viviendas, machacando demasiadas viguerías que podrían haber continuado en su lugar pero que estorbaban para la nueva vivienda mínima, triturando suelos hidráulicos, losas de mármol italiano, portalones de caoba, ventanas y galerías enteras con sus cristales al agua que hubieran admitido una reparación quizá menos costosa de lo que pensamos y que acaban en vertederos o en los almacenes de los nuevos anticuarios de material de construcción y pasan de allí a recientes villas de lujo en las que pierden su sentido.

Unas veces por ignorancia, otras veces por inconsciencia estamos permitiendo este deterioro de nuestras señas de identidad sin demasiada oposición por parte de las autoridades municipales y de Cultura, más que por falta de profesionalidad, por falta de personal suficiente para hacer frente a los numerosos casos en los que habría que intervenir. Y cito unos cuantos a título sólo de ejemplo, porque a buen seguro que cualquiera tendrá muchos más en mente: destrucción de la farmacia de la Calle Ancha en la que ahora se erige una tienda de nombre tan ñoño como su imagen, desaparición en la calle Arbolí de un edificio entero y de su pequeña tienda en planta baja, con bellos armarios neogóticos, en calle Nicaragua sobredimensión de un trastero, antes invisible, en quinta planta que ha pasado a 55m2, con un desastroso efecto visual desde Candelaria, obras en la casa Lasquety, casa del Almirante y casa del viejo Bazar Candelaria que veremos cómo quedan, pero que si quedan como muchas de las rehabilitaciones que autoriza la oficina de rehabilitación y que ya desde sus desastrosas puertas de dudoso diseño hablan de algo que no tiene nada que ver con la arquitectura civil gaditana, más valdría ubicarlas en un barrio residencial posmoderno que en nuestra Cádiz del XVIII. Esa que transitaron los diputados doceañistas y que hasta hace unos años se conservaba relativamente bien. Como esa venerable señora a la que sus herederos deciden ir matando a disgustos para realizar los beneficios de su herencia.

Considero urgente que el nuevo PGOU se tome en serio la protección de nuestros edificios. Y no sólo de fachada. Deberían exigirse de verdad fotos de lo que hay en todos los proyectos de obras que pasasen por urbanismo, sería conveniente elaborar un catálogo minucioso de elementos de nuestra arquitectura que deben preservarse en su sitio, y deseable cuidar más el diseño de lo que por motivos de verdadera ruina haya que hacer nuevo. Nuestra Ley de Patrimonio Histórico señala que se entiende por expoliación toda acción u omisión que ponga en peligro de pérdida o destrucción todos o alguno de los valores de los bienes que integran el Patrimonio Histórico Español, o perturbe el cumplimiento de su función social. Creo que las presiones especulativas que en los últimos años («lo que no hicieron los bárbaros lo hicieron los Barberini» podríamos decir recordando como los ciudadanos de Roma lamentaban la desaparición de la decoración en bronce del Panteón) viene sufriendo nuestro centro urbano producen unos resultados a veces próximos a la expoliación. ¿Cuántas veces ha pasado usted junto a una obra y se ha limitado a encogerse de hombros pensando «qué pena»? Pues sepa que esa misma ley no sólo le faculta a denunciar tales atropellos, incluso le obliga. Si todos cumpliésemos esta obligación y entre todos creásemos más conciencia sobre un tema socialmente tan importante quizá consiguiésemos que los diputados del 12 no se perdiesen por las calles de este laberinto.