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Aranda selecciona su imagen favorita de 'Tirante el Blanco'.
VICENTE ARANDA DIRECTOR DE CINE

«La vejez no es como nos la cuentan»

El cronista de la pasión amorosa regresa con una revisión de la novela de caballerías 'Tirante el Blanco'

OSKAR L. BELATEGUI/MADRID
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A punto de cumplir ochenta años, Vicente Aranda vive rodeado de tecnología punta. Trabaja en un portátil y se acaba de comprar un gigantesco televisor de plasma en el que, a sugerencia del fotógrafo, muestra su escena favorita de Tirante el Blanco. Elige la seducción de Carmesina, la inocente doncella a la que el caballero Tirante debe desvirgar por intrigas palaciegas. El cineasta regresa al territorio de la pasión amorosa y sus devastadoras consecuencias con la adaptación de una novela paródica de aventuras del siglo XV, «una sutil anticipación de El Quijote».

Tirante el Blanco es también -con permiso de Alatriste- la superproducción histórica del año. Fiel a su fama de cascarrabias, Aranda ha vuelto a pelearse con su productor, Enrique Viciano, que llegó a interrumpir un tormentoso rodaje que racaneó presupuesto y cambiaba de localizaciones a diario -«empecé luchando contra la arrogancia y he terminado luchando contra la miseria»-. Junto al Goya por Amantes, que no recogió, el director apila los conseguidos por su mujer, la montadora Teresa Font, 30 años más joven que él y madre de dos niñas que muchos confunden con sus nietas.

-De nuevo reivindica que las mujeres hacen la Historia.

-Que yo me interese por el mundo de las mujeres no significa que sean decisivas en la Historia. Justamente, en Libertarias decía lo contrario: la revolución tiende a devorar a sus hijas. Aquí las mujeres toman una actitud activa porque el vacío en política no existe.

-Le persigue el sambenito de acabar a tortas con los productores.

-Si me pagaran lo que me dicen, tendría mejor carácter. Todo iría perfecto si cumpliesen el compromiso de los contratos. En Tirante sí he cobrado, pero Pedro Costa todavía me debe dinero por Amantes. No quiero ni verle. Con Carmen tengo un pleito ganado y sigo sin cobrar porque interponen recursos. Con los actores y los técnicos nunca tengo problemas, sólo con los productores, y siempre después de rodar porque no me pagan lo que me deben.

-¿Cuanto más mayor, más puñetero se vuelve?

-Me preocupa que sea el único director que protesta. Pregunto a mis colegas y tampoco cobran, pero no dicen nada.

-Usted es un provocador, pero para eso hacen falta espectadores provocables.

-Estos tiempos no son los de Un perro andaluz Yo busco la complicidad a través de una forma dialéctica difícil con el público, no persigo provocar por provocar. No me va eso de Buñuel de ir directamente contra el clero. Me gusta transgredir como lo hacía Hitchcock, de contrabando. Hace poco vi una película de Ridley Scott con Nicolas Cage de timador. La simpatía que llegaba a suscitar el protagonista resultaba digna de Hitchcock, y esa identificación produce inquietud en el alma del espectador. Es algo interpretable a través de la respiración de mil personas en una sala.

-Al borde de los 80 años, ya es el Oliveira español. ¿Cómo entiende la vejez?

-No me la creo. Me afeito delante del espejo y pregunto en voz alta quién es ese. No es lo que yo esperaba, la vejez no es como nos la cuentan. Envejece el cuerpo, pero hay algo dentro de ti que permanece intacto, con ganas del mismo jolgorio. La vejez es corporal, te duelen los huesos, pero el espíritu puede seguir tan fresco como a los diecisiete años. Y eso es un drama.

-Libertarias tardó 18 años en ver la luz; Tiempo de silencio, 20; Tirante el blanco, 40 ¿Le queda algún deseo por cumplir?

-Hay uno que sigue cumpliendo años Quiero hacer la defensa de Madrid, lo que pasó el 9 de noviembre de 1936, muy parecido a lo que ocurrió en Moscú con Napoleón a las puertas. Quienes sabían que el enemigo era superior en número se retiraron, pero el pueblo dijo que no entraban. Madrid fue capital del mundo en esos años, fue impresionante. No sé cómo se celebra el 2 de mayo existiendo el 9 de noviembre.