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La semana santa

Eduardo Lumpié
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La próxima semana llegamos a la Semana Santa, festividad ésta que siempre ha tenido un fuerte arraigo en la ciudad, pero siempre se ha dicho que sigue siendo lo mismo un año que otro. Pero no, ha cambiado con el paso de los tiempos.

En la actualidad se impone el éxodo de ciudadanos de una parte para otra, bien a las playas, el campo, en incluso otros lugares del extranjero. Pero afortunadamente otros llegan a nuestra ciudad.

En los años cincuenta y sesenta la Semana Santa, aunque parezca lo mismo, era diferente. La cuestión de la religiosidad era de otra manera. Por ejemplo, desde el domingo de Ramos no había cine, teatro ni nigún otro espectáculo de diversión hasta el Sábado de Gloria, fecha que se aprovechaba para los estrenos de películas o funciones de teatro que se habían preparado en los últimos días de invierno para su debut. No se podía circular con ninguna clase de vehículos por la ciudad desde las tres de la tarde del Jueves Santo hasta las doce de la noche del Sábado de Gloria, salvo que tuviese el correspondiente permiso de las autoridades. Los bares debían tener las luces del alumbrado lo más restringidas posible y, por supuesto, nada de luminosos encendidos. Antes de existir la televisión, las emisoras de radio emitían en esos días solamente música de cámara o sacra. Una vez con la llegada de la televisión, las películas de esos días eran Las sandalias del pescador, Barrabás, La túnica sagrada, ect. Nos las sabíamos de memoria, de modo que cualquiera de nosotros podíamos rodarlas.

Otro capítulo era la cuestión comida. Durante la Cuaresma, la vigilia era guardada por una gran mayoría. Los Viernes Santos casi todo el mundo la respetaba. Muchos bares, por medio de unos carteles, recordaban a sus parroquianos aquello que decía «Hoy es día de vigilia». Ahora bien, si se pagaba la bula, dispensa que era otorgada por orden papal, la persona estaba autorizaba a comer vigilia en esos días. Desde luego, había muchas personas que guardaban la vigilia y no por devoción, sino porque no había dinero para comprar algunos filetes de carne. Estos no tenían necesidad de pagar la bula.

El acompañamiento de las autoridades municipales se hacía en los cortejos profesionales, vestidos todos los ediles de chaqué y acompañados de los maceros del Ayuntamiento.

Y, como por aquellos tiempos no existían las cuadrillas de cargadores, lo hacían los profesionales, y estos iban comandados por los capataces más conocidos de la ciudad. Y quiero aquí dejar constancia de que muchos de ellos no lo hacían por el jornal más o menos grande que obtuvieran. Lo hacían porque les gustaba. Un recuerdo para Manuel Pájaro Sancho, Manolo Merello Torre Rubio del Aceite, José Barea, Juan Traverso, muchos años llevando los Afligidos, El Cristalero, Raimundo, los hermanos Manolo y Antonio La Gallega, ect.