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LA COLUMNA

El expolio y las vigas de la Mezquita

LUIS IGNACIO PARADA/
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Cualquiera que haya visto algunas residencias privadas de California y Florida habrá podido comprobar que incluyen piezas arquitectónicas que pertenecieron a catedrales, iglesias, monasterios y conventos españoles. El gran artífice profesional de ese inmenso expolio fue Arthur Byne, que vino a nuestro país en 1928, fecha en la que se supone desaparecieron las vigas de la Mezquita de Córdoba. Actuaba por encargo de algunos arquitectos norteamericanos porque en aquellos años existía una gran demanda de elementos arquitectónicos españoles para decorar mansiones de lujo y, sobre todo, para el depredador patrimonial Randolph Hearts. Está documentado que Byne sacó de España el claustro, la sala capitular y el refectorio del monasterio segoviano de Sacramenta, alguna de cuyas piezas se encuentra en la Hispanic Society de Nueva York; el convento alcarreño de Santa María de Ovila; la ornamentación del cisterciense de Moreruela; el monasterio de Ovila, en Guadalajara; la catedral de Valladolid. Desmenuzó decenas de castillos, palacios y conventos, que compró ilegalmente y trasladó a Estados Unidos, para satisfacer las excentricidades del ciudadano Kane, que a menudo revendía lo que no le gustaba a algunos museos como el Metropolitan de Nueva York. Se sabe que Byne, que murió en España en 1935 robó, engañó y sobornó para conseguir que el magnate de la prensa tuviera en sus residencias más de 80 artesonados hispano-musulmanes, así como la sillería del coro de la Catedral de la Seo de Urgel, que Hearst instaló en su comedor, en el Castillo de San Simeón, en California. Cualquier Byne pudo haber robado o comprado engañosamente para cualquier caprichoso europeo o estadounidense las cinco vigas de la Mezquita de Córdoba que iban a subastarse en Christie's. Pero la solución no está en pujar para que vuelvan a donde estaban: está en la aplicación estricta de las leyes contra los expoliadores y sus colaboradores, reos como mínimo de culpa «in vigilando».