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«El escepticismo está de moda en política, pero aún quedan palabras»
Actualizado: GuardarBarcelona, finales de los años 80: media España enriqueciéndose y la otra media aturdida por el cinismo de la corrupción. Cataluña, bajo la férula de un pujolismo inexpugnable, mientras el socialismo anda por suburbios y pelotazos. Una Barcelona en busca de prodigios contra el desencanto. Y las Olimpiadas, en el horizonte, el mantra que salvará la ciudad de la depresión. El paisaje y sus figuras. Mauricio: odontólogo con aire de pijo despistado que se apunta a las listas del PSC y redecora su vida con dos mujeres: la abogada Clotilde y la marginal Porritos, emblema de una época de utopía y paraísos artificiales que chapó el sida. Les acompaña un cura obrero, también en escapada.
-Una novela muy dialogada, con menos humor y más ideas...
-Me muevo en un registro más tranquilo y reflexivo: más que quedarme en la anécdota me interesa la atmósfera y los sentimientos de una época. Pero no es sólo una novela política.
-¿Usted vivió la política como Mauricio, su protagonista?
-No. Mejor dicho, no en el sentido oficial de la política. En los años predemocráticos intervine como muchos en actividades políticas, algo que era propio del momento... Con la democracia me dediqué a lo mío y dejé la política en manos de quien la quisiera. Lo que cuento en la novela no tiene nada que ver conmigo, no es autobiográfico.
-Su retrato de los políticos es ácido. Tipos con ínfulas de Danton, «matones de poca monta» rodeados de aduladores y mediocres que no les pueden hacer sombra...
-No es una sentencia, pero sí una opinión bastante extendida. Ahora estamos más adaptados a la realidad: sabemos qué debemos exigir y quién nos puede representar. En los años 80 mitificamos a los políticos a base de entusiasmo e idealismo: veníamos de una época en que lo político era sinónimo de abnegación y de riesgo. El desencanto llegó cuando ellos vieron que podrían medrar... ¿El problema no es que medraran... sino que lo hicieron muy rápido!
-Habla de ayuntamientos a sueldo de los constructores y ahora tenemos el esperpento marbellí...
-Me preocupa que lo de Marbella puede hacer pensar que todo el mundo anda metido en asuntos como ése.
-Describe una sociedad sin ideales, con mucho dinero en circulación, corrupción, pérdida del sentido crítico, banalidad cultural y venalidad intelectual... ¿La política ha asfixiado a la sociedad civil?
-En aquel momento había mostrado su lado más sombrío. Tras la reforma política, cuando todos esperaban que la sociedad se pusiera en orden, hubo crisis económica, desempleo, inseguridad ciudadana... Triunfaban las películas de Charles Bronson y Stallone: héroes que se toman la justicia por su mano porque el estado no les defiende. Hubo una gran desilusión, a la que se añadió la cultura del pelotazo y el enriquecimiento rápido. Fue la Fiesta del Chivo... expiatorio: Luis Roldán, Mario Conde... Comprobamos que los poderosos también van a la cárcel; nos volvimos europeos, porque sólo veíamos el lado malo de las cosas. Ahora nos hemos vuelto ricos y nos quejamos del servicio.
-Su protagonista afirma que «el escepticismo ya no está de moda»...
-Ahora sí que lo está en política, aunque todavía quedan grandes palabras, abstracciones y reacciones exageradas ante cosas que no van a cambiar nada...
-¿Se refiere al Estatut?
-El Estatut me parece una regularización y una muestra de posibilismo. Hay quien dice que el Estatut solucionará problemas cotidianos, mientras alude a la identidad y la Historia. Son discursos que se alternan: una mezcla de idealismo y otro poco de pesetas. Vamos al psiquiatra por las esencias, pero con el ojo en la cuenta del banco.
-¿Desde cuándo la izquierda es nacionalista?
-Desde los años de la descolonización. En el New York Times de hace una semana seguían hablando de ETA como un movimiento de liberación nacional al estilo del FLN, o sea, que todavía estamos con esa matraca.
-Se lo deben haber preguntado mil veces: ¿Irá a Fráncfort?
-Digamos que a Fráncfort irá la cultura catalana y sus amigos, como Cercas, Ruiz Zafón o yo mismo, igual que lo hacemos cada año. Al final, supongo que la literatura catalana mostrará un glorioso pasado y un presente de ir tirando, como la francesa o la italiana.