DEBATE. Seis ex trabajadores de Izar San Fernando, reunidos en la Oficina del Jubilado de UGT.
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«Te quedas a cero después de treinta años»

Un grupo de prejubilados de los astilleros comparte con LA VOZ sus vivencias al cumplir un año sin trabajo

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Aficiones retomadas, paseos interminables, tranquilidad y desasosiego, familia y ex compañeros. Un millar de prejubilados de Izar cumplen este fin de semana el primer año de una nueva vida alejada de los astilleros y con sólo 52 ó 53 en su carné de identidad. En el mes de abril de 2005, las factorías navales de la Bahía perdieron a un tercio de su plantilla como consecuencia de una nueva reconversión en el sector, la quinta en dos decenios, que dejó a Cádiz con 150 trabajadores; a Puerto Real, con poco más de 600; y a San Fernando, el que menor recorte sufrió por la juventud de sus empleados, con cerca de 1.200.

Hoy, en el primer aniversario de aquel nuevo fuerte varapalo para la industria metalúrgica gaditana, este periódico reúne a un grupo prejubilados de la anterior empresa naval para conocer cómo les ha cambiado la vida en los doce primeros meses del resto de su vida, apartados de toda actividad laboral y con la mirada siempre puesta, indefectiblemente, en un sector al que dedicaron media vida, mucho sudor y también más de una lágrima.

«Nos han echado»

Las horas ganadas al día y su cercanía aún latente a los astilleros hacen que una única llamada sea suficiente para movilizar y reunir en la Oficina del Prejubilado de UGT en San Fernando a seis ex bazaneros, o más bien aún bazaneros porque, dicen, nunca puedes dejar de serlo: Juan Antonio Salazar (delineante, 54 años), Manolo Romero (recursos humanos, 53 años), Agustín Benítez (soldador, 53 años), Antonio García (mantenimiento, 5 años), Francisco Gordillo (gestión de calidad, 52 años) y Francisco Lozano (armador, 56 años).

Para unos la marcha de Izar fue una salida esperada, mientras que otros no ocultan cierto rencor por sentirse «echados» de una compañía que, critican, nunca fue bien gestionada «desde arriba». Pero en lo que todos coinciden es en que la prejubilación ha significado un cambio radical en sus vidas, en sus ritmos, en sus tiempos. Una frase de Antonio resume a la perfección no sólo la finalización de su vida activa, sino la decadencia que fue sumiendo al astillero de San Fernando en una paulatina reducción de actividad: «Las gradas llenas de barcos, el caño de reparaciones también, gente por todos lados y poco a poco los barcos de la Marina empezaron a dejar de llegar, las gradas se fueron vaciando... esa cantidad de ruido y de repente se oyen los jilgueros... Son treinta años, un martillo constante y te quedas a cero. Aunque no lo digas, añoras la empresa».

Vacío y emociones

La inestabilidad laboral «después de tres meses en la calle», se convierte en inestabilidad emocional ante una nueva situación que rompe la rutina y provoca un vacío enorme después de más de treinta años: «Algunos días lo pasas mejor y otros peor. Echas de menos la gente, el trabajo... Te quedas solo en casa, te pones a dar vueltas solo y piensas que tienes que salir y cambiar ya porque puedes ponerte malo psicológicamente en cualquier momento». Son las palabras de Juan Antonio, pero bien podrían atribuirse al resto, salvo a Manolo, que asegura haberse sentido con más fuerzas porque «tenía ganas de salir» por el cansancio y agobio aguantado «después de cambios de empresa cada tres o cuatro años».

Dice que en el último año no ha sentido necesidades de visitar la empresa, que no se le ha perdido nada allí, pero sigue manteniendo viva una dura crítica tanto hacia la gestión anterior como hacia la actual.Gordillo comparte con su compañero esta fuerte recriminación a la dirección naval que ha pasado por Bazán, pero a diferencia del anterior, sí que le ha «costado mucho asimilar» su salida de la factoría porque en su departamento de gestión de calidad, además de su dedicación vespertina a la mecánica, se sentía «totalmente realizado» y se consideraba «de las personas más felices en su trabajo». Por eso, el último día en Izar lo alargó navegando hasta las diez de la noche. «Al día siguiente, a las 5.50, como siempre, te levantas, pero ya no tienes nada que hacer, te sientes maniatado, y luego empiezas a tener de todo menos dinero... colesterol, problemas», e incluso dolores, como apunta su colega Antonio, que reconoce que con la prejubilación le han venido más dolencias, o al menos, así las siente, mientras que «antes, con la faena, tienes ocupada la cabeza».

Desde luego, si hay un sentir evidente es el de la relajación, que sólo parece poder romperse con un tema: el futuro de Navantia. El actual plan industrial no convence a ninguno y, sin pronunciar la palabra cierre, todos le auguran un destino nada halagüeño. Incluso, Francisco Gordillo sostiene que «en Madrid, en la Marina, siempre ha habido una mano negra para favorecer a Ferrol». «Si tuviera una varita mágica compraría Bazán y aquí trabajaban todos los isleños», sentencia.

Agustín atribuye gran parte de este declive al desinterés por la formación y la profesionalidad, como fue el cierre de la escuela de aprendices, que ha provocado que siempre haya «una evolución para atrás», y otros rememoran el cierre progresivo de talleres y la pérdida de líneas de actividad como los ferrys.

Futuro naval

Venezuela es ahora la esperanza y el mercado civil, la obsesión... pero son ya las dos y a la fotografía en el astillero sólo puede ir dos, precisamente los dos franciscos. Es tarde. El niño sale del colegio, la mujer llama para saber a qué hora llegará a comer... la vida sigue y, a más de uno le conmovería la sola imagen del puente de hierro y la entrada de fondo al Arsenal de la Carraca. «Quizá voy ahora y me pongo a llorar». Es duro volver al pasado y reconocer que nunca será lo que un día fue, dice Antonio con la mirada.