TRIBUNA

Las reintroducciones y el salir de las trincheras

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Las reintroducciones de águilas imperiales y pescadoras en Cádiz, de quebrantahuesos en Cazorla y Picos de Europa, de buitre negro y oso pardo en Pirineos, y cuantas reintroducciones más planteemos en un uturo inmediato, son la vanguardia de una nueva etapa en la sociedad española. La idea de la conservación de la naturaleza, tan querida y utilizada en esta guerra que venimos librando desde que Franco promulgara en agosto de 1953 el tristemente famoso Decreto de extinción de fauna carnívora, se sustituye por la producción de biodiversidad. Este salir de las trincheras y tomar al asalto las alambradas del enemigo, que antaño era Ley y acción oficial de la Administración Pública, y hoy es ilegal y minoritario, implica asumir la muerte de muchos especímenes que caerán aun electrocutados, envenados y por disparos. Pero los malos nunca serán los que tengan el valor de iniciar la ofensiva, sino los francotiradores y las minas ocultas que deje el enemigo en su desbandada. Lo que no es admisible es que la sociedad española esté completamente a favor de la naturaleza -al contrario que cuando se inició esta guerra hace 53 años-- y sus defensores sigan metidos en las trincheras que excavaron sus antecesores en los tiempos en los que la política oficial era la del exterminio y la desolación. Los conservacionistas hemos llegado a acostumbrarnos a gestionar lo escaso, a la estrategia defensiva que diseñó Valverde en Doñana en 1960. Pero hay que plantearse qué va a hacer éste país con el vacío que generará en 2012 el declive del mundo rural en zonas marginales, por envejecimiento y desaparición de la cultura pastoril y por la reducción de las primas al ganado, que acabará hasta con los ganaderos absentistas que mantienen en el monte los 30 millones de ovejas, vacas y cabras que frenan el preocupante proceso de matorralización de España y aportan carroñas a la fauna carnívora amenazada. Con el Estado iniciado en 1940, en el territorio tuvo prioridad absoluta el desarrollo urbano-turístico (el ladrillo) y la industrialización (el Cuerpo de ingenieros industriales). Esos sectores se quedaron el territorio que han querido y podido. El resto se repartió mitad para la intensificación agrícola gestionada por el Cuerpo de ingenieros Agrónomos y la otra mitad, de escasa productividad agropecuaria, de vocación forestal, se la pidió el Cuerpo de ingenieros de Montes, que chocó en sus afanes con pastores irreductos y tres millones de hectáreas incendiadas, tantas como las que roturaron para pinos y eucaliptos. Esos 24 millones de hectáreas de incierto futuro agroganadero y de vocación forestal que dicen los de Montes, así como una parte de las que son productivas y generan alimento para la fauna, son las que reclaman para la biodiversidad los que quieren salir de las trincheras. Para recuperar el territorio perdido hay que activar muchas iniciativas. En esa ofensiva los proyectos de reintroducción son piezas de valor estratégico. Si triunfan, porque era el objetivo, y si tienen problemas y bajas, porque con ellos se puede acorralar y lograr la rendición del enemigo, no por aniquilación, sino demostrándole que en esta nueva etapa la producción de biodiversidad le puede ser más rentable que su destrucción.

Es absurdo e injusto malgastar energía en atacar a quienes se han lanzado a recuperar territorios para especies emblemáticas. Ese ímpetu se necesita para ayudarles a solucionar los problemas que se oponen a esos intentos, aprovechando los huecos que estas avanzadillas nos abren en territorio enemigo. Lo último es llamar a retirada y dejarle el campo de batalla libre a un enemigo acosado ya por la Ley y la opinión pública. Y no digo nada del simil de ametrallar por la espalda a los que se decidan a salir a pecho descubierto de la trinchera e iniciar el asalto. Plantear que ya se hará la recolonización natural tras resolver previamente los problemas que la impiden, es condenar lo que queda a las trincheras, a no tener pérdidas en combate, pero a vivir eternamente recluidos en las mismas, cuando no a una muerte lenta por inanición. Porque para acabar con el veneno o frenar la degradación del territorio hacen falta acciones fuertes, envolventes, alianzas, tomar la iniciativa. No podemos esperar a ir uno por uno, convenciendo que sean buenos o metiéndoles en la carcel. Hay que movilizar a grandes sectores de la sociedad, de la opinión pública, y eso no se hace desde las trincheras. Entre otras cosas porque los que están dispuestos a combatir a nuestro lado en una ofensiva generalizada son tantos, no cabrían en las trincheras.

El paso de la guerrilla a los ejércitos regulares siempre ha sido dolorosa a lo largo de la historia. Se pierde el romanticismo del débil frente al fuerte. Pero cuando uno tiene la posibilidad de ser el fuerte, debe asumir que ese era el objetivo y que ante la victoria de sus ideas no debe tener temor a asumir las responsabilidades y la tarea que implica pasar de militar en la oposición a colaborar en el gobierno. Las alianzas con los políticos, los poderes económicos y sociales van a hacernos perder el papel de héroes. Pero regalo el mío a cambio de que desaparezca el veneno.